Puede que cuando estemos leyendo estas líneas el autor de esta película ya haya ingresado en prisión, pues en tal situación se encuentra el cineasta desde que decidiera regresar a su país —a su casa, como él mismo manifiesta— y fuera puesto en arresto domiciliario por ese impreciso delito de «realizar propaganda contra el país», una situación que comparte con otro gran cineasta iraní, Jafar Panahi. No deja de ser desalentador que un régimen surgido de una revuelta popular contra un déspota, el sha de Persia, termine aplicando idéntica represión sobre su pueblo, ahora de la mano de unos déspotas vestidos con hábitos religiosos.
La película que ahora se estrena, séptimo largometraje de su realizador desde que debutara en 2002, obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín, un galardón en el que algunos quisieron ver una intención política, pero que resulta plenamente justificado tras la visión de esta película compuesta por cuatro episodios de algo más de media hora de duración cada uno que se tuvo que rodar en unas condiciones bastante extremas, pues no solo se registraron como cuatro cortometrajes separados, sino que su realizador tuvo que trabajar oculto tras otra identidad, incluso tras otra persona, ya que, al igual que en el caso de Panahi, tiene prohibido realizar ninguna película.
Cuatro cortometrajes independientes —aunque el segundo y el último guardan una relación tan evidente y estrecha que casi podemos considerarlos como parte de un todo con una amplia elipsis temporal entre ambos— que comparten la condición, asumida o impuesta, de verdugos de sus protagonistas, esas personas que ocupan el último escalón en la administración de una macabra justicia que consiste en arrebatar «la vida de los demás». Una profesión que la película utiliza de idéntico modo que hiciera nuestro Berlanga en su conocido film —hay una escena prácticamente idéntica en su concepción—, como expresión de la dominación de la sociedad, o de los poderes de esa sociedad más exactamente, sobre el individuo, de tal modo que este se ve obligado a realizar actos en contra de su conciencia, entre ellos el más abominable de todos, arrebatar la vida a un semejante. Una reflexión que el cineasta aplica con sabiduría —y sin esconder nunca la cara— al Irán actual, una sociedad sobre la que la película proporciona una amplia y significativa mirada.
A pesar de esta «unidad» en los personajes protagonistas, que ya se intuye al poco de comenzar el segundo episodio, la película maneja admirablemente el concepto de trama, ya que sabe crear en el espectador esa incertidumbre cómplice —generada por gestos y comportamientos que sabemos esconden algo más— que constituye la esencia misma de una buena trama en cualquier variante de la ficción. Contemplados individualmente los cuatro episodios, el primero constituye toda una lección de puesta en escena en su mirada a la vida cotidiana de una familia iraní de clase media y se cierra con un latigazo brutal que obliga al espectador a reconsiderar todo lo que ha visto hasta entonces; el segundo quizás sea el más discreto de todos por lo apurado de su desarrollo argumental y se cierra con una larga escena de huida que tiene como, sorprendente, fondo sonoro la conocida canción italiana Bella ciao, una elección que me temo sería muy mal recibida por los clérigos iranís y sus diversos brazos armados; saltando al cuarto episodio, este viene a ser como una prolongación, veinte años más tarde, del segundo, aunque funciona con plena autonomía y maneja muy bien la intriga y el crescendo dramático; y, finalmente, el tercero, el más interesante junto al inicial, presenta un alto voltaje dramático y emocional, impone a sus personajes una implacable dinámica y nos proporciona una desoladora reflexión sobre la pena de muerte, en un país, Irán, en el que este castigo definitivo parece ser moneda corriente.
Una película interesante y muy valiente, con unas imágenes cargadas de belleza que ejercen de poderosa caja de resonancia de una historia rebosante de dolor e injusticia. Un cine que, tanto por su temática como por su procedencia, nos llega con cuentagotas y que no conviene perderse.