ANNA ENGUIX: Demasiadas renuncias, demasiadas. A los abrazos, a los besos infieles, a la vida furtiva en lugares prohibidos, a mis abuelas y a mi abuelo, a mis noches valencianas en rincones de barra y música, ahora demonizados; y a mis ansiados grupos musicales atrapados en esta jodida pandemia que ha obligado a suspender festivales y conciertos. Un verano sin Feria de Julio, sin mi amado BBK en el País Vasco o el sugerente Rototom de Benicàssim, sin duda mis preferidos; sin poder ver y escuchar a Madness en la Plaza de Toros, sin poder ver en Barcelona a Agnes Obel o perder la decencia en cualquier fiesta de pueblo, con pasodoble incluido, todo tiene su punto. Para rematarlo, en estos últimos días de agosto nos han prohibido incluso ocupar la playa de noche, entre guitarras y cervezas, sobre telas y toallas, abrazados por esa brisa marina que sólo el verano concede y a la que también hemos renunciado. El coronavirus además de amenazar nuestra salud, ha logrado que nuestra vida sea muy aburrida.Se acabó el verano, y si echamos la cuenta ha sido un periodo de contención, de represión, en muchos sentidos; acrecentado por la incertidumbre y el miedo; y empeorado por nuestra mediocre clase política, incapaz de adelantarse a la enorme capacidad de transmisión del coronavirus. En ocasiones, creo que este Covid 19 lo ha inventado alguna secta puritana, necesitada de tener a la población atemorizada y abstemia en lo que al sexo (y a otros vicios) se refiere, especialmente a la gente joven. Sí, la
misma gente joven que ahora es señalada como la culpable del gran rebrote, como si nosotras quisiéramos acabar con nuestros mayores. Es alucinante, se buscan culpables para esconder la incompetencia de las administraciones; y lo peor es que son muchos los que secundan esta paranoia. ¡Quédate en casa!, nos dicen, una vez más. Y si quieres distraerte lo más aséptico y seguro es meterte en Internet, que es la mejor manera de dejar de ser humanos; como esos millones de enganchados a la nueva moda del Tik Tok: la estupidez humana ya tiene su mejor aliada con esta red social. Pues mire conciertos en Youtube, te sugieren también, como si estar pegado a una pantalla viendo a un grupo y a sus seguidores colocados fuera el mejor bálsamo para esta realidad que nos ha tocado vivir. Pero no crean que la perspectiva mejora cuando se agota un verano sin epílogo feliz. Llega el abismo de septiembre, y seguimos sin saber cómo lo afrontaremos. Si podremos ir o no a la universidad -en mi caso, una facultad humilde que me es imprescindible- si podremos o no viajar, si podremos recuperar la vida perdida en nuestros espacios vitales, desde la familia hasta nuestros lugares de copas; incluso si nos dejarán sentarnos en grupo en cualquier rincón de nuestra amada València para algo tan simple como tomarnos una cerveza. O incluso si nos acabaran otra vez confinando. Si lo pienso bien, no hago más que calcular cuáles van a ser mis nuevas renuncias, y el precio vital y sentimental que tendré que pagar por ellas. Aunque parece que a algunos, y no son pocos, les importa todo esto una mierda.