La lucha por la igualdad de las mujeres es, sin duda, una constante de nuestra historia, sin que se vislumbre, hoy por hoy, la meta, el objetivo. No diré nada nuevo si afirmo que cada batalla ganada ha venido acompañada de múltiples derrotas, algunas muy dolorosas. Es el caso actual de Afganistán. Las redes están que arden, cada día se difunden cientos de vídeos y de imágenes donde se retrata una realidad que te revuelve el estómago, y la dignidad humana. Pero yo no quiero hablarles de las difíciles evacuaciones en el aeropuerto de Kabul, sino de los testimonios de miles de mujeres afganas que expresan su preocupación y desesperanza porque saben que su vida se dispone a cambiar radicalmente, a peor, a mucho peor. Se evidencia una vez más que en cualquier conflicto bélico, que suelen estar impulsados por los intereses económicos, políticos o religiosos de un grupo de hombres, son las mujeres las que siempre -y reitero la palabra siempre- se ven perjudicadas directamente.
Las mujeres afganas se encuentran actualmente en una trágica situación. Piden ayuda a la comunidad internacional a gritos, pero parece ser que estos países -entre los que se encuentra Estados Unidos- están demasiado ocupados lamiéndose las heridas después de dos décadas de fracaso político y militar. Entiendo que en este tipo de situaciones los recursos de la comunidad internacional son muy limitados, pero si en 2001 las actuaciones de los talibanes de cara a las mujeres fueron impactantes, ahora lo serán más. Tienen sed de venganza; y no tardaremos en conocer terribles crímenes contra ellas. Mujeres y niñas afganas llevan veinte años disfrutando de cierta libertad que les ha permitido crecer y desarrollarse profesionalmente, por lo que el golpe a esta involución va a ser dramático.
Lo siento, pero me cansa la hipocresía Occidental. Tenemos poca memoria. Se invadió Afganistán con la excusa de acabar con el terrorismo; aunque los intereses por el control de materias primas era crucial. Se realizó una campaña mundial contra los talibanes, guerreros que EE.UU. alimentó y entrenó contra los soviéticos; y se explicó al mundo el maltrato que estos hombres, anclados en el medievo, cometían contra las mujeres. Maltrato que alcanza la lapidación, la muerte, contra ellas. La mujer no tiene en esa geografía ningún valor.
Ahora son los talibanes los que intentan engañar al mundo con su supuesta disposición a respetar a las mujeres. ¿De verdad alguien se lo cree? ¿Se imaginan lo que será de ellas tras veinte años disfrutando de cierta libertad? Se les impondrá otra vez la Sharia, ley islámica que deriva del Corán y de otros textos islámicos que establece las reglas para la vida musulmana. La interpretación de esta ley varia considerablemente de unos países árabes a otros, de hecho Arabia Saudita e Irán imponen sus propias versiones de la ley islámica, incluidos los códigos de vestimenta para la segregación de género en lugares públicos, y por supuesto, los talibanes serán los peores. Estos siguen una interpretación particularmente estricta del Islam sunita, y las consecuencias pueden ser irreparables.
Lo peor de todo es que en breve llegará el silencio cobarde, vergonzoso. Retirado Occidente, no habrá nadie que nos cuente con objetividad lo que allí sucede; porque no habrá periodistas, embajadores ni ONG que nos ayuden a comprender la venganza de los talibanes contra las mujeres. Afganistán se sumará a esa lista de países donde la mujer no es nada, donde puede ser vejada, torturada, secuestrada, asesinada, sin que nadie sea culpabilizado. Será un silencio doloroso que contará con la complicidad de una parte de Occidente, que mirará hacia otro lado, y poco a poco el drama caerá en el olvido, porque los medios de comunicación tendrán otros frente de los que ocuparse. Será, al fin, otra batalla por la dignidad de las mujeres que habremos perdido en nuestra jodida historia, y son tantas.