MANUEL JARDÍ: Las Fallas, en general y sin entrar en detalles, han concursado en Addis Abeba por un título de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de los que adjudica la Unesco. Se supone que la orla –inmaterial, por supuesto-, no colgará del salón de cristal del Ayuntamiento, ni de algún despacho de la junta militar, digo la Junta Central Fallera. Conviene ir descontando los efectos del boato, en un sentido o en otro. Es decir, que si la cosa ha ido bien para los falleros y, de paso, para el universo hasta sus últimos confines, la prensa y propaganda que sufrimos desde tiempo inmemorial ofrecerá unos días, semanas o meses de murga, con el fin de que la totalidad del censo y sus aledaños tomen consciencia de… ¿de qué? Porque un diploma o lo que den en la capital etíope, ¿es lo mismo que poner una pica en Flandes? ¿Es más, igual o tres peldaños más abajo? Tampoco se ha explicado con detalle a qué obliga ostentar semejante categoría, aunque no sería descartable que el concejal Pere Fuset estampe nuevas tarjetas en las que se haga constar, junto a su condición de regidor de festejos varios y comandante en jefe de la Junta Central Fallera, un refilón dorado con la nueva credencial: “Fallas de Valencia. Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Unesco 2016”. También se pueden engalanar calles aprovechando la iluminación navideña, con un lema similar y algún patrocinio. O sea, el refilón dorado de la tarjeta de Fuset, pero a continuación: “Patrocinado por Casa Cesáreo. Los mejores pollos asados”. Si la cosa ha salido torcida y queda para otro año, tampoco sería para dramatizar. Por supuesto la culpa será de Catalunya, no vamos a cambiar ahora de enemigo, con la de réditos que sigue dando el invento. Para el segmento más racional del censo, suponiendo que todavía exista y no haya pasado a la clandestinidad, conviene contextualizar el valor del diploma que reparten en el cuerno de África. A ver, ¿qué otras manifestaciones culturales, antropológicas o como quieran llamarse han logrado el título –inmaterial, por supuesto- de la Unesco?
Entre otras, los cantos cosacos de la región de Dnipropetrovsk. Por no hablar del “chapei dang veng”, que es parecido a la cançó pero en versión camboyana. En Uganda, la danza y música del pueblo madi. Con lira arqueada, naturalmente. Calibren ustedes si estas muestras, entre muchas otras orlas inmateriales, aportan más caos del habitual en sus respectivas demarcaciones por la invasión de espacio público, el corte de calles, la jarana sin fin hasta altas horas de la madrugada, el decibelio descontrolado y la autoridad desaparecida, no se sabe si en combate o porque se unió al festorro. Ah, la fabricación tradicional de cencerros de Portugal y el ritual mongol para amansar camellas, también son Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. No se ofendan. Es, más que nada, por comparar.