Cartelera Turia

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LIBRÉRAME: CARNE APALEADA, TESTIMONIO Y DIGNIDAD ENTRE REJAS

ANDREA MOLINER: La inmensa mayoría de las y los escritores viven en una agonizante precariedad. Sin habitación propia, sin padres ricos (eso a lo que hoy llaman “meritocracia”), teniendo que compatibilizar la actividad creativa con curros en ocasiones mal pagados – capaces de chuparte hasta la última gota de energía – para poder hacer frente a un abusivo alquiler, a las mil y un facturas y a una lista de la compra cada vez más encarecida. Por eso, y aunque hace años que el Premio Planeta dejó de ser sinónimo de calidad literaria para abandonarse a las perversas reglas del capitalismo, no deja de ser un jugoso reclamo para todo aquel que aspire a las mieles de la popularidad en el mundillo literario además de agenciarse un enorme pellizco económico (en el año 2022 llegó al millón de euros, convirtiéndose en el galardón mejor dotado de las letras españolas). Siete cifras en la cuenta corriente soluciona la vida a cualquiera y más a quien se dedica a engrosan el mundo de las letras con un ensayo, una novela o un relato más. No obstante, la noche de las votaciones del año 1975, la escritora Inés Palou, una de las favoritas para llevarse el gato al agua, decidió tumbarse sobre las vías del tren y esperar a que la muerte llegara puntual a la estación. Palou falleció sin saber que Operación dulce, su segunda novela, quedó tercera en la clasificación. Aún así y tras conocer el suicidio de la autora, Planeta decidió publicarla aprovechando la excelente campaña de marketing que siempre suscita el morbo y una vida tortuosa. Por si fuera poco, a Palou le dio tiempo a escribir una carta de despedida a José Manuel Lara, fundador de la editorial, en la que le ofrece en bandeja de plata el éxito para el próximo Planeta. ¿Sinceridad? ¿Ironía? Jamás lo sabremos.

Antes de acabar con su vida en el municipio barcelonés de Gelida, Inés Palou ya tenía un inesperado éxito editorial en su haber: Carne apaleada. Unas inusitadas memorias en las que Palou relata su paso por diversas cárceles franquistas y que ahora la editorial Colectivo Bruxista –cuyo catálogo se compone de autenticas joyas para quienes nos atrapa la cultura underground y la literatura surgida de los márgenes- ha considerado conveniente reeditarlo. Coincidiendo, precisamente, con un momento político en el que más que nunca están en juego nuestros derechos fundamentales así como la pervivencia de la memoria histórica respecto a las víctimas de la dictadura franquista, también dentro de los insalubres centros penitenciarios. Y aunque en un primer momento la figura de Palou (Berta como su alter ego en Carne apaleada) pueda suscitar cierta animadversión -proveniente de un entorno burgués y poseedora de unos valores conservadores- el testimonio de Palou resulta una bendita excepcionalidad dentro de un ámbito en el que, en este país, la voz de la mujer se ha escuchado más bien poco.

Salvando las distancias con otras incuestionables piezas confesionales talegueras tales como Mi prisión de Luisa Isabel Álvarez de Toledo – apodada la “Duquesa Roja”- o Señor Juez, soy presa de Franco de María Francesca Dapena (ambos citados en el prólogo de la presente edición), Carne apaleada destaca no por su virtuosismo literario, más bien por el valor testimonial que éste encierra en su interior. Por esa descripción detallada de las dinámicas y la rutina propia de una cárcel de ese tiempo. Incluyendo la dureza de unas guardianas – algunas de ellas pertenecientes a sectas religiosas amparadas y financiadas por el régimen- que no dudaban en atemorizar a las presas con la condena eterna empleando métodos de dudosa eficacia para conseguir una redención a corde con la ideología franquista o la propia burocracia carcelaria que contribuía a ahondar aún más en la culpa y en la deshumanización de la reo.

Palou escribió Carne apaleada en veinticinco días, necesitaba el dinero por adelantado, algo que se percibe tanto en su estilo, en los lugares comunes y en el abuso de ciertos recursos narrativos. A pesar de ello, la autora no quiso olvidarse de ellas, de sus compañeras, a las cuales llegó a respetar e incluso a querer. Como a Senta, una presa con una hija que se convirtió en su amor entre barrotes. Un pequeño remanso de paz que encontró y que le ayudó a soportar el encierro. A ella y al resto les reserva las páginas más interesantes, aquellas en las que la tinta blanca se imprime sobre un fondo negro. Ahí Palou expone sus historias, el motivo por el que ingresaron en prisión, su ideología, sus emociones abiertas en canal. Madres solteras, “adúlteras” (es decir, mujeres que abandonaban el hogar escapando de un marido maltratador), políticas de cualquier espectro de la izquierda, atracadoras, ladronas, asesinas, “viciosas” (cualquier mujer perteneciente al colectivo LGTBI), ateas, prostitutas… Todas y cada una de ellas encuentran espacio en este libro gracias a la voluntad de Palou por dignificarlas. Universalizando su experiencia a la par que cuestionar la naturaleza misma del sistema penitenciario y el efecto que éste tiene sobre las mujeres que se quedan atrapadas en él. Todo ello con los ecos de la contracultura permeando los muros del penal y la intención de que, aunque se rindiese al erotismo del destape en su correspondiente adaptación cinematográfica y cayese en el olvido tiempo después, resonase hasta alcanzar la categoría de, ya no libro de culto, sino de documento historiográfico.

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