ANDREA MOLINER: “¿Quién me enseñó a doler?
¿Quién naturalizó el insomnio
y me entregó estas toscas armas
contra mí misma?”
Violencia, Bibiana Collado.
Aunque para muchas/os el nombre de Bibiana Collado les resulte familiar dentro del panorama literario actual gracias al bonito recorrido que está teniendo su último trabajo literario, lo cierto es que, para quienes hemos seguido su trabajo, sabemos de buena tinta que Bibiana no es una desconocida, ni un talento recién descubierto, ni siquiera una promesa de las letras españolas. Bibiana es, simplemente, una autora de largo recorrido. Construido a base de poesía y tesón. Aunque, y permítanme la licencia, siempre es emocionante observar en primera línea ese “redescubrimiento” por parte de un público acostumbrado a la buena literatura que no ha dudado en abrazar esta novela con la fuerza de mil huracanes. Con la potencia que todavía anida en esas yeguas bajo capas y capas de (ese sinónimo más común, aunque con igual carga simbólica) agotamiento.
Bibiana ya nos había dejado tiritando de emoción con su despliegue lírico en sendos poemarios, a saber: Como si nunca antes (Pre-Textos), El recelo del agua (Rialp), Certeza del colapso (Ediciones Complutense) y Violencia (Bella Varsovia). Siendo éste último una especie de punto de inflexión en su carrera literaria al tiempo que la primera piedra que apuntalaría aún más su popularidad en una disciplina a la que se dedicaron en cuerpo y alma Sylvia Plath, Gloria Fuertes, Alejandra Pizarnik, Emily Dickinson o Louise Glück por citar a algunas de las poetas que conforman mi particular panteón dedicado a la diosa Calíope. De hecho, en su planteamiento, Violencia se erige como el prólogo de lo que encontraremos en Yeguas exhaustas – su primera novela, editada por Pepitas de Calabaza y con una de esas portadas exquisitamente memorables por su irónica conexión con el título que la sostiene – o como la chispa que prendió la creatividad y las ganas de seguir ampliando la potente historia que podía entreverse entre estrofa y metáfora.
Sun Yeguas exhaustas, Collado tira de autobiografía o autoficción (según el pacto cada una o uno firme con la autora desde la primera página) muy en la línea de lo que Aixa de la Cruz hizo en Cambiar de idea (Caballo de Troya) – libro al cual se hace referencia en un momento muy concreto de la novela – para reflexionar entorno a una serie de temas que han poblado su lírica desde el principio, tales como las desigualdades sociales, el machismo, las relaciones de poder, el clasismo intelectual o el poder social de la lengua entre otros. Hija de padres que emigraron a Borriana desde Almería en busca de una vida mejor, Bibiana pela y desgaja la naranja de su vida para exprimir en los labios de los lectores todos aquellos traumas acumulados por el paso del tiempo. El zumo es amargo, no lo vamos a negar, sobre todo cuando Beatriz – nuestra querida protagonista – deja que la inseguridad que le produce sentirse fuera de lugar, el dolor que le socava por culpa de una relación sentimental tóxica hasta decir basta y la culpa por querer, a pesar de todo, aspirar a algo más agujerean su estómago. Desde esa primera frase inicial con la que muchas nos hemos sentido identificadas, la novela se convierte en una gran elipsis en la que Beatriz señala, comenta, hace catas sobre un terreno pantanoso al que le es angustioso regresar, sugiriendo más que exponiendo. Dejando en manos del lector la capacidad de imaginar el proceso, intuir cómo ha llegado a esa situación. Sentenciando, en última instancia, su razón de ser, la columna vertebral que justifica la existencia de esta novela. Que no es otra que la permeabilidad de la violencia en nuestra cotidianeidad, así como su capacidad para alterar nuestra autopercepción, desdibujándola, torciendo la línea, como una pintura bajo una catarata. Logrando que situaciones del todo inaceptables sigan sucediéndose a diario. Llegando, en el peor de los casos, a protagonizar la página más negra de cualquier página de sucesos.
Empatizarás más o menos con la historia de Beatriz, incluso con aquellos pasajes en los que declara su amor incondicional a la “música de gasolinera” – ¡viva Camela! – y los prejuicios esnobistas existentes al respecto. Pero lo que está claro es que Bibiana Collado ha aterrizado, por fin, en el terreno novelístico y, aunque muchas y muchos suspiramos por un poemario nuevo, sabemos que en estas nuevas aguas literarias hay muchos puertos en los que echar el ancla, por lo que le deseo a Bibiana que sean muchos y muy variados.