Con buen sabor de boca.Hay ciertas películas que son difíciles de explicar. Esta es una de ellas. Licorice Pizza es un viaje que, culturalmente, debe resonar aún mejor en Estados Unidos. Aquí consigue dejar un rastro de olor a película especial. A filme de los que no sueles encontrarte habitualmente por las salas. La historia de dos jóvenes que tratan de crecer demasiado deprisa sin un plan establecido. Tratando de hacer lo que buenamente pueden, influenciados por su entorno y por los más mayores.
Vista en frío, si solamente leyésemos el guion, esta película podría resultar aburrida. Más que aburrida, inconexa. Gary Valentine, interpretado por Cooper Hoffman, hijo de Philip Seymour Hoffman, trata de aparentar más años de los que tiene. Abriendo y cerrando negocios infértiles como un si de un buscavidas en miniatura se tratase. Alana Kane (Alana Haim) camina sin referentes claros, tratando de agarrarse allá dónde pueda para alejarse de su padre, judío tradicionalista y cerrado. Todo arranca y se quema con la misma velocidad. Todo es inmediato, presentista. Todo viene y va. Insisto, si leyéramos el guion nos parecería en cierto modo absurdo. Probablemente trataríamos de quitar elementos e intentar que la narración se centrara solo en unos pocos. Pero estaríamos cometiendo un gran error. Porque tras este guion hay un gran análisis del proceso de maduración de los jóvenes estadounidenses de los años 70. Esta peli nos coloca en California. Y Paul Thomas Anderson demuestra que es un director de los más grandes.
Licorice Pizza termina hipnotizando. Atrapa en ese verano eterno del cine de antes. Del que ya no se hace. Lo cual no es bueno ni malo. Es, simplemente. Los tiempos cambian, las tendencias viran. Son cosas de la vida. Pero Paul decide hacernos volver durante dos horas maravillosas. Decide narrar las cosas con sabor añejo. De esos que dejan una sonrisa boba en el rostro.
Maravillosamente interpretada por estas dos bestias que arrancan su andadura en la gran pantalla. Mucho recorrido les queda y, seguro, muchos éxitos. Viaje naturalista y dulzón con trazos amargos. De los de interpretación difícil, más aún si cabe teniendo en cuenta lo anterior. Es un papel para gente experta que se aprovecha de la inmadurez y la virginidad fílmica de los dos. Bebe de ahí, de ese refresco de las caras nuevas que vienen con una energía imparable. Para compensarlo tenemos personajes breves más comunes: Sean Penn, Bradley Cooper, Harriet Harris… Todos en papeles breves que dotan a la historia de recursos. Pero ninguno con el peso de Cooper y Alana.
Igual que la interpretación, la fotografía. Fantásticamente fotografiada viajando en 35 mm, yéndose brevemente a teleobjetivos y angulares cuando más lo necesita. Cuando quiere pegar a los personajes y cuando los separa, narración a través de las ópticas al más puro estilo Alan Parker. Aprovechando la ciudad para nutrir todo de color. Dándole una pátina de sobreexposición en las zonas más cálidas y jugando fantásticamente en la secuencias de noche. Una master class de imagen, una master class de dirección. Una película fantástica.