JAVIER VALENZUELA: Hace cosa de un año, en la sentación en una librería madrileña de una novela policíaca de Susana Martín Gijón, conocí a un mago y mentalista llamado profesionalmente Jorge Madison. Aunque era un tipo locuaz y simpático, Madison no quiso darme demasiados detalles sobre las claves del oficio con el que se ganaba la vida en fiestas privadas y locales nocturnos. Me confirmó, eso sí, que una de las habilidades indispensables de la magia y el mentalismo es distraer la atención del público con algún tipo de señuelo que camufle la ejecución del truco.El fascismo, tanto el de los años 1920-1940 como el que ahora se extiende por Europa y las Américas en versión 2.0, utiliza la misma añagaza. Para evitar que los ciudadanos se fijen en los auténticos responsables de sus desdichas –los banqueros y empresarios desalmados, los políticos corruptos, los jueces clasistas-, el fascismo llama ruidosamente la atención sobre la existencia en la sala de determinadas minorías, ayer los judíos, hoy los inmigrantes, siempre los rojos y las mujeres libres. La treta suele funcionar: muchos terminan creyéndose que otros aún más desdichados que ellos son los culpables de que estén en paro o trabajando por cuatro perras, de que los hayan desahuciado de su vivienda por no poder pagar la hipoteca, de que tengan que esperar un montón de meses para ser operados por la sanidad pública. Cebarse en el más débil es uno de los componentes más animalescos de la condición humana. Jean-Claude Izzo, el gran escritor noir de Marsella, aludió a ello en su novela Total Khéops.Al contar el ascenso de Le Pen en esa ciudad, Izzo definió así a los votantes ultraderechistas: “Amargados de nacimiento. Sólo sentirán odio por los más pobres que ellos. Árabes, negros, amarillos. Nunca estarán contra los ricos”. El 15M acertó en el diagnóstico de los males de la España contemporánea, pero los señalados por el dedo de aquella movilización no tienen un pelo de tontos. Poco han tardado en promover un nuevo escenario político en el que prime el griterío de Vox, el de un nacionalismo autoritario que estigmatiza a determinadas minorías (catalanes, musulmanes, homosexuales, feministas…) para proteger a los poderosos, que ofrece la bandera rojigualda como único remedio a todos los males. Ese fascismo puede obtener un buen resultado este domingo 28 de abril. En su haber habrá que contabilizar no solo las papeletas cosechadas por Vox sino también buena parte de las recibidas por el PP y Ciudadanos repitiendo como loros las trolas de Vox. La abstención, pues, no puede ser una alternativa razonable para cualquiera que no sea tan incauto como para creerse que los conejos salen de las chisteras.