Cartelera Turia

Lux Æterna, de Gaspar Noé. Un viaje emocional

Cuando veo una película de Gaspar Noé recuerdo lo que hace unos años dijo el también director de cine Jess Franco en una entrevista: “Mis películas corresponden a estados de ánimo, a putos sentimientos o feelings, como dicen los pedantes”. Sobre todo, lo recuerdo porque, a mi modo de ver, las películas de Gaspar Noé también van de eso, de cómo a través de las múltiples posibilidades que tiene el cine, de su lenguaje y estética, infunden en el espectador ciertos sentimientos y emociones, nos sumergen en las sensaciones y estados de ánimo que narran en sus tramas y afectan a sus propios personajes. Quizá, algo no muy distinto a lo que, a través de sus característicos e inconfundibles recursos literarios (sus subordinadas o repeticiones llevadas al extremo) consigue en la literatura Thomas Bernhard. Las más de las veces, cuando termino de leer un libro o incluso una página de Bernhard, termino con un dolor de cabeza insufrible o al borde de la depresión, pero no por ello dejo de admirarlo, su escritura y su logrado efecto. Y algo similar me ocurre con el cine de Gaspar Noé: muchas de las secuencias de sus películas me producen sensaciones de incomodidad, angustia, desazón o repulsión (incluso, en ciertos momentos y por distintos motivos me he llegado a tapar los ojos, para no verlas), pero al tiempo, parte de ellas también me excita de un modo a veces inexplicable u oscuro, su estética me atrae, las posibilidades e ideas que me inoculan me hacen pensar de veras, ir más allá de lo que veo en la pantalla, y con ello, es un director que no deja de fascinarme, su visión del cine y cómo la refleja en sus películas.

En Lux Æterna, la última de ellas (en un principio, planteada como un encargo condicional de la firma de moda Yves Saint Laurent), presentada en el Festival de Cannes y en el de Sitges de 2019, Béatrice Dalle y Charlotte Gainsbourg interpretan respectivamente a una directora y a una actriz que van a rodar una película sobre la caza de brujas en la Edad Media. A partir de este argumento, Noé filma cómo es por dentro el rodaje de una película, sus entresijos, los pensamientos, dudas, temores y conflictos que plantea, sus espacios de misterio, el caos que puede llegar a ser, las relaciones de poder e interés que se establecen entre los miembros del equipo, y más concretamente, el tratamiento y el rol que se ha asignado y con frecuencia todavía se asigna a la mujer en este proceso creativo. A mi parecer, lo extraordinario de esta película es la manera como a partir de esta propuesta plasma su idea del cine y de la creación artística, tanto desde el fondo como desde la forma, y cómo así pone en cuestión ideas y hechos sobre la misma, pero sin juzgarlos, es más, siendo consciente y sin esconder que al tiempo es partícipe de esas mismas ideas y hechos que cuestiona. ¿Hasta qué punto el fin justifica los medios en un proceso de creación artística? ¿En qué medida cabe hacer ciertos sacrificios para la búsqueda o conquista de un ideal? ¿Qué hay de un autor en su obra? ¿A qué aspira o qué espero de una película? Son algunas de las preguntas que me suscitó la proyección, sobre las que todavía pienso y dudo días después.

En esta película, Noé sigue explorando y lleva un paso más allá esa idea del cine como experimentación y experiencia estética y personal. Vuelve a usar de una manera arriesgada, lúcida y vigorosa los recursos cinematográficos, las posibilidades de la imagen, el sonido, la luz, el color, los tonos, el tiempo, el ritmo, la música y la ambigüedad de géneros para adentrarnos en un viaje emocional llevado al límite. Entramos una vez más en un mundo de sueños y pesadillas, esta vez, a través de la transformación de un set de rodaje en un infierno delirante, y así, de un modo en ciertos momentos explícito y en otros más velado, vemos o imaginamos lo oculto del alma humana, las posibilidades que hay en las personas, y con ello, la intimidad del mismo Noé, sus pensamientos, miedos, deseos, obsesiones, fantasías y debilidades.

Lux Æterna es una película hipnótica, ambigua, pero, sobre todo, emocionante, perturbadora y bella al mismo tiempo, cuya secuencia final y la posterior referencia explícita (la famosa y genial frase de Buñuel, “Soy ateo, gracias a Dios”) nos devuelve a la imagen de la navaja en Un perro andaluz, a esa sensación y relación ambivalente y a menudo insondable entre el placer y el dolor.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *