Reconozco que no soy el más indicado para escribir un artículo fallero. No disfruto de las aglomeraciones, la pirotecnia, ni del decadente encanto y embriagador aroma que dejan los guiris borrachos. Sin embargo, como amante del arte, me es imposible no admirar con interés y satisfacción los monumentos falleros que invaden nuestra ciudad durante estos peculiares días de marzo. Aunque sea complicado contemplarlos sin una legión de zombis delante echando fotos con el móvil, esa tradición fallera de disfrutar de una mañana recorriéndolos me resulta cada vez más placentera. Y es que, al fin y al cabo, las fallas como monumento tienen el poder de expresar las más locas ideas que se le pasen por su mente a los creadores; y cubrirlas con un manto de sátira política o social que permita aparentar cierta normalidad y le brinde aceptación general. Pero, como la política y los dramas sociales son importantes jardines en los que muchos preferimos no adentrarnos a riesgo de salir escaldados, me gustaría celebrar el componente grotesco de buena parte de los ninots que componen una falla. Aunque, si mis camaradas granotas me permiten el chascarrillo, este año no habría nada más grotesco que volver a vislumbrar un ninot de alguno de nuestros jugadores levantinistas esparcido por algún monumento.
Encauzando el artículo, debo confesar que mi pasión por los ninots viene del cine. Concretamente, de ese tan denostado cine de terror que cogía polvo en las estanterías de los videoclubs por ser considerado de serie B. Hay cierta conexión entre los muñecos cabezones de las fallas, con sus sonrisas maquiavélicas y ojos siniestros, y los espeluznantes juguetes y marionetas de algunas películas del género. Naturalmente, no hace falta ser un cinéfilo de altura para que el primero que perturbe nuestra mente al darle una mínima vuelta al tema sea el celebérrimo Chucky, de Muñeco diabólico (1988) y sus consiguientes secuelas, reboots y precuelas. Otros, siguiendo el apartado mainstream, quizá piensen directamente en la también popular Annabelle. Incluso habrá quien se acuerde del coqueto muñeco de Silencio desde el mal (2007).
No obstante, sin desmerecer a todos estos colegas del averno, a algunos nos va el rollo duro y cutrongo de aquella artesanía ochentera y noventera que podíamos encontrar en las aberraciones que nos brindaban cintas de bajísimo presupuesto como Dolls (1987), Puppet Master (1989) o Demonic Toys (1992). El menudo y jocoso ciclista de Saw (2004) también ha dado material para algún que otro monumento fallero; pero, si queremos ir con aquellos clásicos pretendidamente infantiles que nunca pasan de moda, tenemos el ejemplo perfecto en filmes de la infancia de muchos de nosotros. En Toy Story (1995), los simpáticos héroes tenían que hacer frente a una horda de monstruosidades juguetonas, pero llamaba particularmente la atención que los protagonistas de Pequeños guerreros (1998) fueran un festival de aterradoras mutaciones en forma de muñeco.
Queda claro repasando esta breve lista que muchas fallas se han servido a lo largo de los años de algunos de los muñecos aquí mencionados para hacer mofa y escarnio de políticos, deportistas, actores y demás personalidades del famoseo. Lo que también queda patente leyendo estas líneas es que, de esta forma, se redacta un artículo sobre Fallas sin tener la más mínima idea sobre las mismas. En la próxima ocasión, no se pierdan mi artículo sobre la Semana Santa Marinera y las abducciones alienígenas. Les esperamos.