CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: Recuerdo que hace unos treinta años, un buen amigo me decía que no encontraba sentido a gastarse el dinero comprando discos de Australian Blonde, El Inquilino Comunista o Los Planetas, porque eran como sucedáneos del rock independiente anglosajón. Teniendo a mano a los originales, y casi por el mismo precio, ¿para qué invertir en sus epígonos hispanos? No sé si alguien pensaría lo mismo en la Francia de mediados de los noventa acerca de Diabologum, la banda que Michel Cloup capitaneó junto a Arnaud Michniak, pero incluso si así fuera se me haría francamente difícil pensar que esa postura desdeñosa se mantuviera hoy en día. Porque a diferencia de sus homólogos españoles, Cloup (ahora en formato de trío, tras casi una década en dúo y una trayectoria anterior al frente de Experience) no ha perdido un ápice de relevancia sin necesidad de reinventarse ni domesticarse ni distanciarse demasiado de aquella aleación de noise rock con trazos de cierta intelectualidad a la que fue luego añadiendo samplers y ritmos prestados del hip hop y de la protoelectrónica. Tan solo ha perdido por el camino algo de notoriedad, en esta era de nichos, playlists aleatorias y conceptos tan caducos del rock como los que de vez en cuando nos regala Eurovisión y sus grotescas semifinales y finales locales.
A diferencia de su última visita (mayo de 2019), cuando pudimos verle solo con Julien Rufié a la batería en el Teatre del Raval de Castellón, ahora llegaba con una segunda guitarra, la de Manon Labry, y el efecto que este obrero del espectáculo (así se define en su perfil de twitter) obró en el centenar escaso de personas que se acercaron en tarde de domingo a Jerusalem Club fue igual de demoledor. Primaron los temas del reciente Backflip au-dessus du chaos (2022), entre ellos su particular revisión de “La internacional”, el himno obrero por excelencia, y se despidió de todos nosotros, tras expedir chorretones de electricidad exhalando su habitual cuota de belleza convulsa, rescatando “De la neige en été”, de los tiempos de Diabologum, allá por el 97. Única concesión – y relativa, porque fue más una reinterpretación – de un show que no las requiere para noquear a cualquiera. En domingo, en martes o en jueves; ante cientos de personas o ante solo unas decenas. Siempre igual de intenso. Siempre igual de convincente.