Hay que agradecer a Alejandro Amenábar que no busque el camino fácil a la hora de contar historias. Si hacemos un repaso de su filmografía veremos que le gusta indagar y adentrarse en temas poco conocidos como la figura de Ramón Sampedro, en Mar Adentro o la Hypatia que lucha por salvar la sabiduría del viejo mundo, en Ágora.
Mientras dure la guerra sube la apuesta y aborda la figura de un personaje realmente poliédrico y polémico como Miguel de Unamuno que apoyó el golpe de estado militar del 36 y luego se arrepintió. El resultado es tan interesante como irregular. Amenábar pone todo su buen hacer para contar una historia que transcurre en un doble plano: el personal de Unamuno y la gestación del golpe militar contra la República. El arranque es lento y explicativo. Se toma su tiempo para poder transmitirnos la posición de Unamuno y sus amigos ( un cura protestante y un catedrático de izquierdas).La película remonta el vuelo con la aparición del general Millan Astray, fundador de la Legión, magistralmente interpretado por Eduard Fernández. Todas y cada una sus secuencias son memorables, hasta convertirse en el verdadero motor de la historia. Y sucede algo paradójico y es que la trama de la gestación y organización interna del golpe de Estado, termina ganando en interés a la propia historia de Unamuno. Amenábar apuesta por una realización clásica, sin muchos malabarismos con la cámara, lo que ayuda a dar credibilidad a la narración. Explora interesantes imágenes como la bandera en blanco y negro que vira hacia los colores de la República, un intento de conectar pasado y presente y de decirnos que los hechos contados no están tan alejados en el tiempo ( vamos a sacar ahora a Franco del Valle de los Caídos).
No estoy para nada de acuerdo con la opinión de que Amenábar juegue a la equidistancia. Una cosa es la realidad histórica y otra la realidad fílmica en la que hay que tratar de ser sinceros con los personajes que se escriben y no caer en el maniqueísmo. Amenábar busca los matices y los claroscuros, aunque tengo la impresión que no termina de agarrar la historia por los cuernos y se queda en una cierta mirada superficial. Los sabios de la Turia se inventaron esa calificación que dice “aspectos interesantes”, lo que equivale a un 2 de puntuación. Yo me voy a quedar ahí y que sean los lectores, los verdaderos soberanos de esta publicación, los que saquen sus propias conclusiones.