El fallecimiento de un artista de primera línea suele generar un consenso alrededor de sus cualidades autorales y su obra. En casos excepcionales de artistas igualmente excepcionales, las manifestaciones hacia cómo era la persona superan a las que versan lo mucho bueno que ha hecho como creador. Miguel Gallardo era y es una leyenda del cómic cuyo talento le hizo reinventarse durante décadas. Fue el padre de Makoki, Pepito Magefesa y Buitre Buitaker, padre de María, en la vida real y la historieta, y fue capaz de contar sus viajes y los de su padre, así como su tránsito por la enfermedad que acabaría matándole.
Tanto en su juventud más dicharachera y macarra, en la órbita de la generación nacida alrededor de El Víbora, como al alcanzar su madurez creativa y personal, Gallardo supo transmitir en sus cómics una energía especial. Con los años, su trazo punk y algo agreste derivó en un estilo colorido y elegante, pero siempre se mantuvo una personalidad que quizás arraigó de manera más notoria cuando pasó de trabajar con otros guionistas o personajes imaginarios a hacerlo con sus propias historias y en primera persona. Esta última etapa nos mostró también a un autor con un sentido del humor y una mirada capaz de reconfortar y hacer sonreír incluso desde el drama personal más absoluto, quizás una de las cosas más difíciles para cualquier creador.
Todo ello lo hizo con una templanza, inquietud y buen gusto que hicieron de él un artista único en cada una de sus sucesivas encarnaciones. También fue un excelente ser humano, incomparable como compañero y amigo. Por eso tantos buenos artistas y buenas personas lloran su pérdida y celebran haberle conocido. Por eso su figura será recordada para siempre.
Ilustración: Carlos Martínez.