MARTA CASTILLO: Alicante despertó, como tantas otras ciudades españolas, el pasado 8 de marzo. Mujeres y hombres de todas las edades llenaron las calles del centro de la ciudad en una movilización que recordaba en muchos aspectos a la multitudinaria manifestación contra la guerra de Irak, de la que ahora se cumplen 15 años. Cuando eso sucede, cuando las ciudades despiertan y las calles se desbordan, las sociedades avanzan. Porque fueron las demandas sociales de la calle las que sacaron a este país de una soporífera dictadura, por mucho que ahora se trate de ensalzar la figura de un rey campechano que, en un espontáneo acto de generosidad, trajo la democracia.
Ahora somos nosotras, las mujeres, las principales protagonistas de este zarpazo contra un letargo que nos había desactivado como ciudadanas capaces de cambiar el rumbo de la sociedad en la que vivimos. El avance que está en juego tiene que ver, por supuesto, con la eliminación de la brecha salarial, con la erradicación de la violencia machista, con la inversión en materia de dependencia y con un plan educativo que combata los estereotipos que perpetúan el machismo en el día a día. Pero también tiene que ver con el derecho a unas pensiones dignas, porque las mujeres ingresan por pensiones de media un tercio menos que los hombres, así como con el fin de la precariedad laboral, porque el porcentaje de trabajadoras pobres en España es el más alto de la Unión Europea, superado solo por Rumanía.
En ese sentido, son malos tiempos para los que, después de menospreciar al movimiento feminista, se apuntaron a última hora a la jornada reivindicativa reclamando una huelga desideologizada. Una huelga descremada, sin cafeína y sin calorías. Un Día Internacional de la Mujer con purpurina y cajas de bombones. Pero resulta que no existe un feminismo sin ideología como no existe un océano sin agua. Y puede que ahora algunos tengan la necesidad de disfrazarse con el color de moda para ocultar sus vetustos ropajes, pero el feminismo no necesita máscaras, gracias. Nunca, en su larga trayectoria, las ha necesitado, y precisamente ahí radica su fortaleza, en su coherencia.
En apenas unas semanas, los representantes del Partido Popular han pasado del ninguneo y la hilarante propuesta de hacer una huelga a la japonesa a alabar las movilizaciones del 8M, pero el viraje ha sido tan brusco que resulta indigesto hasta para sus votantes más devotos. Eso sí, ha dejado escenas impagables. De hecho, creo que uno de los logros más importantes del feminismo, casi a la altura del voto femenino y el divorcio, es convertir al mismísimo Rafael Hernando en un convencido feminista.
Por eso, salir del letargo no significa solo romper con una inactividad que brota de la desesperanza y dar un paso hacia una sociedad más justa e igualitaria, significa también dejar al desnudo a los cínicos que ahora lucen lazos morados en la solapa en un intento fallido, ridículo, de subirse al carro del éxito en el último momento.