¿Era necesario el monstruo?
(2)UN MONSTRUO VIENE A VERME, de Juan Antonio Bayona
PAU VERGARA: Juan Antonio Bayona (Lo imposible, El orfanato) dirige este drama fantástico basado en el libro Un monstruo viene a verme del escritor Patrick Ness, que también escribe el guión del film. La película viene precedida de críticas positivas y de una importante campaña de publicidad muy bien organizada por Mediaset. La sala llena y el público aplaudiendo al final. Seguro que es un éxito en taquilla y, sin embargo, casi parafraseando a Carlos Boyero, “no me llegó”. Lo primero que pensé es si era necesaria tanta fanfarria (el monstruo) para contar una sencilla y triste historia de un hijo que ve a su madre morir de cáncer. Porque la película es eso, la historia de un jovencito con un rico mundo interior que ve cómo su madre se va muriendo, poco a poco. No hay más. Podría haber sido un drama hospitalario, hasta social con la parte del acoso escolar, pero no. La ampulosidad y el despliegue de medios, concuerdan poco con el fondo de la sencilla historia que se quiere contar. Ese exceso es lo que me sacó de la película o más bien no me hizo entrar. Hay que reconocer que J.A. Bayona sabe navegar por la cantidad de información y por la ampulosidad narrativa que despliega con una dosificación de elementos emocionales y lacrimógenos que llegan al espectador: un video del niño con 5 años, los recuerdos pintando con la madre, el padre egoísta que no puede hacerse cargo de él y la madre con gotero y sin pelo, en una paulatina degradación física y mental. Podría haber sido un buen melodrama germánico de los que pasa TVE los fines de semana en la sobremesa, igual de efectivo para sacar la lágrima fácil del espectador. Creo firmemente que necesitamos emocionarnos cuando las películas son buenas. Me pasó con el triste violín que sonaba al final del Hijo de Saul, de Laszlo Nemes, con el Hijo de la novia, de Juan José Campanela, con Cinema Paradiso, de Tornatore (secuencia final de los besos), en los desenlaces de El apartamento, de Wilder, y Manhattan, o más recientemente en la resolución final de Café Society, ambas de Woody Allen, y con tantas otras buenas películas. Pero buscar esa emoción a través de recursos narrativos tan poco sofisticados como el cáncer o la muerte de una madre no hacía falta tantas alforjas. No veo por ningún lado el valor de contar historias, ni el valor del cine, ni de la literatura, ni de la fantasía. Otra consideración: no hay cosa peor que ver a un personaje de abuela, haciendo de abuela y de un padre separado haciendo de padre separado. Se llaman clichés y lugares comunes. No hay singularidad, ni desarrollo de los mismos. El padre desaparece. Suponemos que ha vuelto con su otra familia porque no lo volvemos a ver, ni siquiera se queda al esperado final de su exmujer. Algo raro. La abuela, que podía ser una caja de sorpresas resulta ser un pañuelo de lágrimas. Cosas que pasan. La película tiene una irreprochable factura técnica, con unos impresionantes efectos visuales y una magnífica interpretación del joven actor Lewis MacDougall que posee una triste e intensa mirada. Steven Spielberg, el director al que se mira en el espejo Bayona dijo una vez: “Yo no sueño en la noche, yo sueño todos los días, yo sueño para vivir”. A mí un Monstruo viene a verme, no me hizo soñar. Espero que sí lo haga a todos esos espectadores que se acerquen a la sala de cine.
Turia 2.550
¿De cuánto dinero estamos hablando?
(3) EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS, de Alberto Rodríguez
LAURA PÉREZ: Alberto Rodríguez no defrauda con su nuevo trabajo, y con este thriller nos muestra la cara más oscura del ser humano. Nos recuerda que todos tenemos un precio y que no debemos fiarnos de nadie, pues siempre habrá alguien más listo que nosotros. El director de La isla mínima, pone título y rostros a uno de los episodios más oscuros de finales de los noventa en nuestro país, y nos enrojece al hacernos ver que los temas políticos, lejos de cambiar, continúan exactamente igual. Corrupción política, malversación de caudales públicos, negociaciones entre políticos, blanqueo de dinero, cuentas en Suiza… Todo esto nos resulta demasiado familiar y lo vemos todavía a diario en los informativos. Más de veinte años después del caso Luis Roldán, su fuga de España, su escondite en París y su posterior entrega al gobierno español, la historia que narra El hombre de las mil caras continua de rabiosa actualidad. Basada en la novela de Manuel Cerdán, Paesa, el espía de las mil caras, está contada a modo de crónica periodística, y con una voz en off que nos narra lo que va sucediendo (hay una saturación de datos reales en tan solo dos horas). El film pone las cartas sobre la mesa: el egoísmo, la infidelidad y la traición del ser humano, y más cuando estamos hablando de grandes sumas de dinero. Cuenta entre su reparto con unos actores de altura que engrandecen el film; Eduard Fernández pone rostro a Francisco Paesa, el espía que ayudó a Luis Roldan a esconderse fuera de nuestras fronteras; y Carlos Santos es el ex director de la Guardia Civil Luís Roldán, una víctima más de Paesa, un cazador cazado. A golpe de buenos diálogos –en esos brillantes cara a cara continuos- con rebosante de ironía, la película nos brinda, a un ritmo frenético, la oportunidad de conocer un poco más la historia reciente de nuestro país. Pero no juzga, no pretende aleccionar a nadie; simplemente cuenta, y muy bien, una serie de sucesos que conmocionaron a un país, y que ahora sigue padeciendo los coletazos de un caso que ya lo asumimos como otro tema de corrupción cualquiera. Al fin y al cabo, como dice Luís Roldán en la película, él lo hizo porque era lo que todo el mundo hacía.
Turia 2.747
(2) LA REINA DE ESPAÑA, de Fernando Trueba
VICENTE VERGARA: Para Fernando Trueba, ha sido todo un reto reunir dieciocho años después a los principales personajes de la magnífica La niña de tus ojos, una película que se mantiene maravillosa con el paso del tiempo. El listón estaba muy alto. La reina de España es su continuación. Los protagonistas, tras la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, han seguido sus propias vidas, con resultados muy diferentes. Macarena Granada ha triunfado en Hollywood (como Sara Montiel) y regresa a España para rodar una de aquellas superproducciones de comienzos de los años sesenta, con productores como Samuel Bronston (Rey de Reyes, El Cid, 55 días en Pekín…), atraído por las grandes ventajas económicas que ofrecía el gobierno de Franco y la mano deobra barata. Como contrapunto, el director Blas Ontiveros (AntonioResines),enamorado de Macarena duran el rodaje de la película en los estudios alemanes UFA, es un represaliado por el franquismo y vuelve a su país tras pasar por el campo de concentración nazi. Esta buena idea de arranque de La reina de España, con un tono triste y pausado, se ve frustrada, en parte, al poco tiempo al bifurcarse el relato en dos historias en paralelo: una con tono de comedia, buenos gags (otros fallidos), durante el rodaje de la nueva producción, con esa tribu de artistas, ya más mayores y cansados, que intentan pasarlo lo mejor posible, y otra que transcurre en las canteras de El Escorial, en la construcción del Valle de Los Caídos por condenados por la dictadura franquista. La alternancia de ambas historias, una cómica y otra dramática, no está bien trabada. Mientras la acción transcurre durante el rodaje del nuevo film, la película fluye con naturalidad, como sucedía con La niña de tus ojos. Cada vez que aparece Penélope Cruz, el film levanta el vuelo con mucha fuerza. Penélope es un pedazo de actriz, sobre todo cuando encarna personajes “del pueblo”, una mujer sencilla que habla con naturalidad y desparpajo. El polvo que pega con el jefe de maquinistas (Chino Darín) es de campeonato. Está estupenda en los números musicales. Canta “Granada” en inglés con acento español/andaluz. Le acompañan con eficacia Jorge Sanz, que prolonga su personaje de “machote”, Loles León, Santiago Segura, Rosa María Sardà, Neus Asensi, y las nuevas incorporaciones de Javier Cámara, “chico para todo”, y un insólito Carlos Areces encarnando a Franco. A todo ello hay que añadir la gran cantidad de citas cinéfilas que Trueba incluye en una demostración de su amor por el cine, la mayoría dirigidas a los cinéfilos de pro, aunque se pasa un pelín: un director (Clive Revill, secundario en varios films de Billy Wilder), con gran parecido físico a John Ford, que se duerme en los rodajes; el guionista de Hollywood, que oculta su identidad por ser perseguido por el maccarthysmo, y que luchó con los republicanos en la guerra; el homenaje a Emilio Ruiz del Río y sus trucajes con maquetas; las alusiones a las denominadas “Conversaciones de Salamanca”, que reivindicaron el cine de autor comprometido, olvidando demasiado la necesaria industria cinematográfica, como siempre reivindicó Luis G. Berlanga; la aparición del director Juan Mariné, a sus 97 años, muy reconocido por haber sido un importante restaurador en la Filmoteca Española (el guarda a la entrada de los estudios), etc. Peor suerte corren las escenas situadas en el valle de los Caídos. Son reiterativas. Antonio Resines no consigue transmitir emoción como una persona derrotada moral y psicológicamente. No te conmueve nada cuando dice que ha estado en Mauthausen La escena de la visita de Penélope Cruz, disfrazada de jovencita, no funciona. La peripecia de su rescate, está mal resuelta cinematográficamente. En la escena final, la película levanta el vuelo. Pero sales del cine con la sensación de que los materiales para una buena historia estaban en el guión, y que, por desgracia, su mal ensamblaje hace que la narración progrese a base de demasiados saltos. Aun así, La Reina de España es un film que vale la pena ver. Siendo irregular, posee momentos memorables.
(3) LA ETERNA CULPA , de Pedro Almodovar
LAURA PÉREZ: Más Almodóvar que nunca, pero menos que siempre. El cineasta repara los daños de su última y fallida comedia con un registro totalmente opuesto, un melodrama de esos que no te dejan respirar y no te permite bajar la guardia ni un minuto.
Almodóvar profundiza de nuevo en ese llamado “universo femenino” que sabe filmar tan bien, y nos ofrece una profunda reflexión sobre de la culpa y la soledad y la pérdida. Julietta es pasado y futuro reencarnado en dos actrices (Emma Suarez y Adriana Ugarte están magníficas) pero una representa la pasión y la otra el dolor. Contenida en sí misma, Julietta escribe una carta que no es otra cosa que su terapia necesaria para curar esa “adicción” a su hija que la mantiene atada a un pasado de heridas mal curadas. Estos temas son una constante en su cine –está perdiendo esa capacidad de sorprender de sus primeras obras y eso juega en su contra-, pero aquí lo eleva a un dramatismo tan frío y contenido pocas veces visto en su filmografía. Un ejemplo de la madurez artística de su autor, que se aleja cada vez más de la realidad de la calle para husmear en lo más profundo del ser humano.
En lo formal, no defraudará a los más adeptos. Los decorados, el vestuario y la puesta en escena –aunque más sobria de lo habitual y menos kitsch– son marca de la casa. Cada detalle en pantalla no es accidental y lleva su firma; cada cuadro, cada pared (blanca, roja, azul), cada objeto sobre la mesa. Todo está estudiado para crear la atmósfera cargada de simbolismos y de referentes mitológicos que envuelven esta historia tan literaria, ya que se inspira en los textos de Alice Munro (Destino, Pronto y Silencio), los cuales narran la vida de una mujer que trata de comprender el pasado.
Si bien echamos en falta alguna concesión, un respiro que nos permita digerir los acontecimientos (algunos puede parecer gratuitos), el director manchego sabe cómo llevarse al espectador a su terreno y adueñarse del relato para modelarlo a su manera, con esa arriesgada estructura a base de flashbacks y elipsis temporales. Una vez más, su mirada (masculina, no lo olvidemos) descompone y analiza la complejidad femenina, aquí maternal. Es esa complejidad echa película, solo la puede hacer él.