Hay películas y autores que siempre provocan en uno cierto vértigo a la hora de escribir acerca de ellos. Me sucede con el cine de muchos directores y directoras a los que admiro: Yasujirō Ozu, Claire Denis, Park Chan-wook, Polanski, Jess Franco, David Lynch, Yasuzo Masumura, Buñuel, Carlos Saura, Almodóvar... ¿Cómo enfrentarse a cineastas y películas que a uno le han marcado profundamente? ¿Por dónde empezar a escribir? ¿Qué decir y qué no? ¿Cómo estar a la altura de tal reto?
Sin duda, para mí, Wong Kar-wai es uno de esos directores. Recibí con especial entusiasmo la noticia de las proyecciones que ha organizado la productora y distribuidora Avalon para celebrar el aniversario de su mítica In the mood for love: su reestreno en salas (en versión remasterizada y restaurada en 4K) y la programación de un ciclo con otras de sus películas, que podrán verse en los cines de varias ciudades de toda España a lo largo de este enero. Sin embargo, el acontecimiento también me hizo ser consciente de la dificultad de escribir sobre ellas. Por diversas razones, en su caso, el reto me parece especialmente complicado. En primer lugar, por la complejidad y profundidad que, a mi parecer, tienen. Como ya escribió hace unos días la crítica de cine Beatriz Martínez en un emotivo artículo acerca de Deseando amar, el director apuesta por la forma para llegar al fondo. Sus películas están compuestas con una precisión, elegancia, delicadeza y sensibilidad extraordinarias, todos los aspectos que conforman una película están perfectamente cuidados, desde el guion a la puesta en escena, y son muchos los detalles, motivos e imágenes que las componen. ¿Cómo hablar de ellas sin pensar que uno se está dejando fuera la mayor parte de aspectos, ideas, pensamientos e impresiones que le suscitaron? Por otro lado, está el componente emocional. Son películas que forman parte de mi educación sentimental y cinematográfica, como lo serán de la de muchos espectadores, de su memoria íntima y colectiva. Cada uno las habrá integrado en ella de un modo distinto, según la mirada y circunstancias de los tiempos en que las haya visto, y eso es algo sobre lo que siempre es difícil escribir, o por lo menos así me ocurre a mí.
No todas las películas tienen la capacidad de crear imaginarios vigorosos, universos figurados únicos. Son muchas las imágenes y los elementos de ellas que habrán quedado grabados en los recuerdos de los espectadores: el precioso vals de Shigeru Umebayashi o el Quizás, Quizás, Quizás de Nat King Cole que recorren In the mood for love, los travellings por el pasillo rojo que llevan a la habitación 2046, el templo de Angkor Wat y el agujero de los secretos, los coloridos vestidos del personaje de Maggie Cheung (la protagonista de esa película), la azotea del Hotel Oriental de 2046… Y, cada uno, tendrá debilidad por unas distintas. En mi caso, me obsesionan ciertos aspectos de In the mood for love y 2046 (que además pueden verse como partes de una misma película): su forma de narrar alejada de los esquemas tradicionales (en diversos aspectos influida por la Nouvelle vague), el uso y el peso del fuera de campo en ella, la expresión del mundo interior de los personajes mediante la contención, a menudo solamente con la mirada, la creación de metáforas acerca de ellos a través de las ópticas y la composición de la imagen, mediante los tonos de los colores, los espacios, objetos y la música que aparecen en ellas, su carga simbólica a fuerza de minuciosidad en el detalle, y, a través de la variación del punto de vista, la construcción de un tiempo ficticio distinto al real. A mi modo de ver, Wong Kar-wai es uno de los directores que han expresado de una forma más excepcional, sugestiva, imaginativa y al tiempo honesta, la mezcla de sensaciones y sentimientos ambivalentes que puede haber en un enamoramiento, desde su lado más visceral hasta su represión, la mezcla de placer y dolor que provoca, las distintas etapas o momentos por los que suele pasarse en él, desde su descubrimiento hasta su pérdida, y el tormento causado por la imposibilidad de olvidar. Su filmación del tiempo de forma desordenada y la repetición de motivos concretos nos hacen ver las vivencias de los personajes del mismo modo como las viven ellos, como instantes confusos en la mente, y, con ello, sus películas como un continuo cruce entre el campo de lo real, lo recordado, lo soñado, lo imaginado y lo posible, lo que pudo ser y no fue.
En ocasión de la efeméride, he vuelto a ver recientemente In the mood for love y 2046. Ya han pasado bastantes años desde que las vi por primera vez, por lo que, como es natural, mi visión sobre ellas no es la misma de entonces. Sin embargo, aunque por razones distintas, me siguen emocionando con intensidad. Me siguen inoculando una infinidad de ideas y posibilidades que luego me provocan ese vértigo a la hora de enfrentarme a ellas sobre el papel. Ojalá ustedes también se reencuentren (o se encuentren) con ellas ahora en las salas. No todas las películas tienen la gran virtud de sobrevivir al paso del tiempo.