Jeu de massacre
NEL DIAGO: No deja de ser curioso cómo funciona la memoria y la capacidad de trazar puentes, sendas y encrucijadas que puede desarrollar el cerebro humano. Yo sé que no ha habido intención alguna por parte del autor, el director argentino Joaquín Daniel, de establecer un intertexto con Eugène Ionesco, pero le ha salido sin advertirlo, seguramente porque todos llevamos incorporado, y más en Argentina, un sustrato imperceptible que nos remite al teatro del absurdo, al teatro de vanguardia de los años 60 y 70 del siglo pasado, al teatro de protesta y paradoja, como lo calificó un crítico norteamericano, un teatro concebido en París por un grupo notable de escritores extranjeros: Beckett, Adamov, Arrabal o Ionesco; y es este último el que opera aquí como referente silente y no pretendido, pero, eso sí, bien asimilado. Tanto es así que Daniel ha empleado para su obra el mismo título que Álvaro del Amo le puso a su traducción castellana de Jeu de massacre, pieza de Ionesco no muy frecuentada, pero que alguna vez hemos visto en escena, que nos sitúa en un marco apocalíptico de exterminio de la humanidad a causa de una extraña epidemia. Sólo que aquí estamos ante un momento postapocalíptico, en el que una pareja de mediana edad (no es matrimonio viejo como en Las sillas) rememora, recrea, revive con añoranza, la vida burguesa y apacible que llevaban antes de que aparecieran las sucesivas pandemias aniquiladoras. Y no lo hacen con la amargura fatal de los personajes (también dos, pero varones ambos) de Heredarás la lluvia, del grupo Imprebís, que no carecía de humor, pero más bien trágico. En la obra de Daniel, por el contrario, ya el subtítulo nos sitúa ante un panorama no exento de un posible futuro reintegrador; como reza el subtítulo; Si hay grillos, hay esperanza.
No es de extrañar, pues, que la comicidad esté presente en la acción, no al modo frenético de El cepillo de dientes, otra obra del absurdo, de Jorge Díaz, pero si con hondura, sagacidad y penetración humana. Hay que advertir, en cualquier caso, que más allá de la eficacia del texto o lo apropiado de la escenografía, lo que da pleno sentido a esta tragicomedia es la actuación de Gretel Stuyck y Rafa Cruz, una pareja que se compenetra muy bien y que son, además, los conductores de este espacio, La Máquina (sala y escuela), que calladamente y sin ayudas oficiales, a pulmón, está proponiendo interesantes propuestas escénicas (los montajes shakespirianos de Josep Pere Peyró, por ejemplo). Cabe apuntar, no obstante, que Crónicas de la penúltima guerra mundial, como se iba a llamar en principio, es una obra concebida por Daniel para este espacio, para sus posibilidades económicas, y para las condiciones excepciones de sus intérpretes, y ello se nota bastante. Vamos, como anillo al dedo.