El viernes 18 amanecimos siendo un país más digno. Un país que amplía derechos, que protege más la verdadera libertad. Un país alejado del uso torticero al que nos tienen acostumbrados unas derechas liberticidas, sin escrúpulos, pero con muchos intereses. Amanecimos siendo un país más digno, un país que protege el derecho de vivir y morir con dignidad, cuando vivir es morir día a día bajo tormentos insufribles, cuando el paraíso de la vida se transforma en el infierno de vivir una vida que no es vida. Un país más digno no impone nada a nadie. Un país más respetuoso con las personas. El derecho a una muerte digna es eso, un derecho. Los derechos no son obligaciones, ni comulgar con ruedas de molino, ni el dogma con sangre entra… Un derecho es un derecho. Un derecho a libre disposición de quien lo necesite. Ampliar derechos es ganar en dignidad, nos hace más libres.
La educación también es un derecho. El Estado debe garantizar que todo el mundo tenga acceso a ella con la máxima igualdad posible. Lo dice la Constitución. La educación elitista o segregada no es un derecho. Es una opción. No parece muy justo ni muy digno pedir que el Estado la financie, mientras faltan recursos para una enseñanza pública de calidad. Somos uno de los países de la UE que menos invierte en educación, y somos uno de los que más dinero da a la enseñanza privada. La fórmula de los conciertos, provisionales y limitados, se creó para completar la educación pública allá donde ésta aún no llegaba. Los gobiernos del PP hicieron de la ley una trampa para desviar recursos. Así se han seguido financiando la gran mayoría de centros privados, cumplan o no con sus obligaciones, educativas y constitucionales. Esa sigue siendo otra de las fuentes de financiación de una iglesia católica que confunde educación con dogma, y libertad con monopolio ideológico.
CORONABREXIT
No hemos terminado aún de contar ataúdes a causa de la pandemia. La vacunación contra el SARS-CoV-2 está a la vuelta de la esquina, pero aún no la tenemos. Y el virus sigue tan activo como siempre, o más. Una mutación ha puesto al descubierto una cepa del coronavirus con más capacidad de contagio, si cabe. La mutación se detectó en Gran Bretaña, cuando aún no había acuerdo para su desconexión de la Unión Europea. Vivimos una realidad compleja que encima está siendo sacudida por la primera peste del siglo XXI. Gran Bretaña decidió aislarse la víspera de su divorcio comunitario. Las islas optaron por adelantar el corte del frágil cordón umbilical que las mantenían unidas al continente europeo, como si quisieran ensayar el brexit y prepararse para el previsible caos que le acompañará. El populismo de los tories ha situado a la Pérfida Albión al borde del precipicio.
La magnífica serie Years and years apenas es una broma comparada con la caótica realidad a que Boris Johnson, mentiroso compulsivo e iluminado, ha abocado a su país. Es difícil imaginar alguien tan estúpido, capaz de dispararse un tiro en el píe pensando que no es el suyo. Vuelos cancelados, túnel del canal de la Mancha cerrado al tránsito, colas interminables de camiones cargados de mercancías para una isla que ha hecho de su aislamiento una seña de su identidad. Lástima que John le Carré ya no esté con nosotros para contarlo.
La extensa colonia británica residente en tierras valencianas, mayoritariamente contraria al brexit, debe de estar al límite de su flemática paciencia. Era difícil imaginar un final tan agónico en la negociación de la ruptura.
EL AÑO DE LA PESTE
Y es que termina el año de la pandemia con claros síntomas de que la normal anormalidad no volverá, que normalizaremos una nueva anormalidad, como la llama Nicolás Sartorius en su último libro. Algunos lloran por unas navidades que tampoco están siendo como años anteriores. Nada lo está siendo. Para seguidores de augures y pitonisas, les diré que este año la sangre de San Genaro no se ha licuado. Júpiter y Saturno se alinearon el lunes 21 en una conjunción planetaria que se dio por última vez hace 8 siglos, y que no volverá a darse hasta dentro de 60 años. ¿Mal presagio? Lo dudo. Peor que el 2020 no puede ser. El año que se va pasará a los libros de historia como el de la peste del siglo XXI, o del coronavirus. Año de confinamientos y balcones, de cuarentenas y anulaciones. Año sin fallas ni Semana Santa, sin fiestas ni procesiones. Sin verano ni primavera. Año de ERTES que evitaron algunos ERES. De cierres y paro. Año en que hubo que optar entre salud y economía, como si fueran incompatibles, como si fuera posible que sobreviviera la economía sin que sobreviviera el resto. Año que aumentaron las desigualdades. Los ricos más ricos, los pobres más pobres… Año en que la mayoría cumplió con sus obligaciones, mientras unos pocos dieron la nota saltándose las recomendaciones sanitarias. Lo digo por esos estudiantes descerebrados del Colegio Mayor Galileo Galilei que volvieron a ponerse las normas por montera.
En resumen, y a pesar la que está cayendo, hemos vuelto a poner muy alto el listón de nuestra dignidad.