Todo apunta a que ya hemos llegado a ella. O tal vez, no. La verdad es que hay síntomas de sobra. Posiblemente, en donde más se note sea en el incremento de la impaciencia y en la menor tolerancia de los jóvenes ante la frustración. Ver tan cerca el final, aumenta la ansiedad. Aunque seamos conscientes de que la pesadilla no terminará hasta que lleguemos a la meta. A esa inmunidad de rebaño que tanto anhelamos, y a la que tardaremos en llegar más de lo previsto, a tenor de la lentitud con la que avanza la vacunación. La fatiga pandémica es como la fatiga de los materiales. A fuerza de doblarlos en un sentido y en el contrario, hasta el más resistente termina por quebrarse. Es fácil imaginar el cansancio -físico y psicológico- de quienes están en primera línea de la lucha contra el SARS-Cov-2 y sus secuelas. Y es agotador ver cómo algunas fuerzas políticas se saltan los consensos científicos para imponer sus criterios, más o menos ocurrentes, para salvar todo lo salvable menos la vida de las personas. Agotador e indigno. Cabrea ver como la comunidad madrileña prohibió -por tierra, mar y aire- las concentraciones con motivo del 8-M, mientras que reclamaba abrir de par en par las puertas para Semana Santa. No sé si había intencionalidad política en la prohibición, pero el olor a censura apestaba.
Trascurrido más de un año desde que se encendieran las primeras alarmas en la ciudad china de Wuhan, hoy todo el planeta sigue sumido en la pesadilla de la primera peste del siglo XXI. Es verdad que todo está ocurriendo a una velocidad de vértigo, impensable en otros tiempos. Pero también es cierto que nunca había tenido la humanidad una visión en tiempo real de la evolución mundial de la pandemia. Todos los días se actualizan los datos. Hemos incorporado gráficos y mapas de la COVID-19 a nuestro menú mediático diario. Y vamos camino de la saturación. Nuestra morbosa tendencia a comparar nos lleva a fijarnos en Alemania, y admirar la buena marcha de los länder, o consolarnos mirando a Brasil, viendo como el negacionista de Bolsonaro precipita al país amazónico a las cifras más terribles del mundo.
8 DE MARZO
Las derechas demonizaron las manifestaciones de hace un año, y han vuelto a hacerlo en 2021. Esta vez se sirvieron como excusa de la pandemia, a la que se sumó el delegado del Gobierno en Madrid, escaldado por los pleitos que tuvo en 2020 y por las cifras de la pandemia en la capital del Estado. La extrema derecha neofranquista marca la agenda del resto de derechas, van de la mano. Eso hizo con el mural feminista de Ciudad Lineal. Señaló el objetivo, intentaron borrarlo desde las instituciones en las que gobiernan, y, ante la oposición vecinal, lo taparon con nocturnidad y alevosía. ¿No actúa así el fascismo?
El continuo ataque a todo avance social también crispa. Y más en medio de la pandemia. El Madrid gobernado por las derechas es el epicentro de la crispación. Su negativa a sumarse a los consensos con el resto de comunidades, argumentando “salvar la economía”, “salvar la Semana Santa” o el Cristo de Medinaceli, han hecho de la capital del reino el destino “turístico” de media Europa. Turismo de fin de semana, botellón, fiesta, melopea y vuelta al avión. “Hay que mover la maltrecha economía”, dice Ayuso, convertida en portavoz de la gran patronal. Como si lo de “salvar vidas” no fuera con ella. Todo apunta a una nueva ola de la pandemia antes de llegar el verano y antes de que alcancemos inmunidad de grupo.
LA MANTA
El lunes 8 de marzo, Bárcenas reanudó su cita en la Audiencia Nacional para hablar de la caja B del PP. Prometió tirar de la manta y de ella comenzó a tirar. Tres horas de declaración que dejaron numerosas perlas: “Me ofrecieron 500.000 € para quitar nombres de la contabilidad del partido” o “dividí por la mitad los últimos 50.000 € en dos sobres iguales, y se los di a Rajoy y a Cospedal”. No creo que Casado logre deprenderse del lastre de corrupción que arrastra su partido. De poco le servirá vender la sede central del PP si su ex tesorero sigue largando. Algunas de las redes mafiosas que han carcomido las estructuras de nuestra frágil democracia pasaban por Génova 13. La financiera tenía su epicentro. Otras iban por allí como Pedro por su casa. Es lo que ha empezado a contar el ex comisario Villarejo, especialista en alcantarillas. “Las cloacas no generan mierda, la limpian”, dijo al salir en libertad provisional a la espera de juicio. Villarejo también promete declaraciones explosivas. Está en todas las salsas, hasta en las más picantes. Por ejemplo, en la que adoba el pollo a la Corinna. ¿Fatiga pandémica? ¡Ojalá sólo fuera eso¡