Es el pop en su versión más lumínica. Melodías radiantes, estribillos adherentes, letras solventes que nos hablan sobre la nostalgia, el paso del tiempo, los demonios externos e internos, el amor y también (por qué no) el desamor, pero siempre con un punto de esperanza, con ese aspecto sanador que la mejor música pop, de popular, siempre alberga en su interior. Podríamos esbozar mil y una teorías sociológicas de baratillo para explicar por qué la soleada València, dentro del enorme escaparate de heterogéneos sonidos que pueblan su escena (o escenas, por pequeñas que sean), preserva siempre un vivero particular de canciones radiantes, de una vivacidad casi cegadora, pero mejor será que simplemente recomendemos la escucha de los nuevos discos de La Habitación Roja, Maronda, Ramírez Exposure o el holandés (pero casi valenciano de adopción) Rick Treffers, porque son cuatro trabajos que, además de guardar muchas más cosas en común de las que parece a primera vista, a buen seguro aparecerán en los recuentos de la mejor producción autóctona de este 2021, el año en el que la maltrecha subsistencia de nuestros músicos empezó a recobrar algo de su añorada vieja normalidad.
Lo saben muy La Habitación Roja, quienes tenían por delante un 2020 aparentemente destinado a ser el mejor año de sus vidas, con una agenda más poblada que nunca, y poco podían adivinar que el de su 25 aniversario acabaría siendo precisamente el peor, obligados – como todos – a permanecer alejados casi por completo de los escenarios. Años Luz (Intromúsica) son diez canciones que cicatrizan la herida de tanto contratiempo (personal y circunstancial, que de todo hubo) mediante una fórmula plenamente afianzada y rodada (tanto que a veces da la sensación de que activa el piloto automático), que se refugia temáticamente en la nostalgia y en los valores que les han hecho llegar hasta aquí. Es, como afirma su honesto último corte, un álbum esencialmente de canciones. Como lo son todos los suyos, vaya, pero esta vez aún más, con un concepto quizá menos unitario de lo habitual. Sin temor a evidenciar algunos de sus referentes (New Order en “Taquicardia”, The Smiths en “1986”), ni a delegar en ritmos sintéticos (“Patria”, “Yo me pregunto”) o en guitarras eléctricas embravecidas (“El miedo abierto”) ni a expedir algún corte destinado a cuajar desde el minuto uno en cualquier gran festival, como esa “Quiero” que podría jugar el papel de “Ayer”, “De cine” o “You Gotta Be Cool”. Diez muescas más que añadir a un repertorio plagado de melodías memorables, sin apenas parangón por aquí, amasado durante un cuarto de siglo, que se dice pronto.
Sin llegar a la longevidad de La Habitación Roja, su bajista Marc Greenwood y el cantante y compositor Pablo Maronda también están redondeando el círculo de la efeméride porque Maronda, que es el nombre de su alianza, cumple diez años con el extraordinario (sus cinco discos lo son, en realidad) Canciones de vino y siembra (Autoeditado). Un trabajo que ya incluimos en nuestra lista de recomendaciones del mes de junio, que se decanta por un registro más acústico de lo que acostumbraba, y lo hace con una sobriedad y una destreza que les permite asumir ciertos referentes (los popes del folk británico – más – o del pop de la costa oeste norteamericana de los 60 y 70 – menos –) sin motivo alguno para sonrojarse o sentirse empequeñecidos. Más bien todo lo contrario. Sin prisa, pero sin pausa. Constantes y fiables. En todo.
Igual de delicadas y artesanales son las canciones que pueblan el tercer disco de Víctor Ramírez, o lo que es lo mismo, Ramírez Exposure. Exit Times (Lovemonk) oscila entre aquel jangle pop de guitarras cristalinas y estribillos refulgentes, tan en la onda de los primeros R.E.M. o The DB’s, y el sunshine pop californiano, pero siempre yendo más allá del guiño a George Harrison que plasma su portada. Ramírez siempre ha manejado unos referentes muy clásicos para su edad – solo cuenta 30 años – y su trayectoria se ha encaminado, por su propia naturaleza, a obtener eco en tribunas con gusto por lo atemporal. En este nuevo disco cuenta de nuevo con la colaboración de Ken Stringfellow (Posies, Big Star) y Brian Young (The Jesus & Mary Chain, Fountains of Wayne), pero no con la de Marc Johnson y Richard Lloyd (Television), con quienes protagonizó una extraordinaria gira en junio de 2017 con parada valenciana en el Loco Club. Con todo, este bien puede ser su mejor trabajo hasta la fecha.
También en la lid de un pop artesanal, detallista, cuidado y sensible se ha movido siempre el holandés (afincado en València desde hace muchos años) Rick Treffers, el mismo a quien conocimos una noche de un sábado de 1995 en la vieja sala Zeppelin, pisando por primera vez un escenario de nuestro país al frente de su banda de entonces, Girlfriend Misery. Luego vinieron los exquisitos Mist, su segundo proyecto, también finiquitado hace bien poco. Y aunque ahora edita los discos ya solo nombre, lo suyo sigue siendo el pop de cámara en su más digna expresión, el melodrama elevado a estrofa y estribillo, algunos vericuetos bossanovescos marca de la casa y también algo de folk a lo Nick Drake o Fairport Convention. Pero, sobre todo, la clase. La mucha clase, envuelta en tenue melancolía, que encierra discos como su reciente Looking For a Place To Stay (Skipping Records), alimentado con las aportaciones de Antonio José Iglesias (Dwomo, Revisionista), Alberto Montero o Lourdes Casany (Triste y Gorda).