ARTURO BLAY: Charlaba no hace mucho con los catalanes Manel, de promoción con su último álbum, “Per la bona gent”, en el que cantan con Jaume Sisa. Les comenté que de Sisa tengo el recuerdo imborrable de una maravillosa y surrealista actuación en Nules Rock allá por el 78, cantando la sideral “El Seté Cel”, envuelto en hojas de periódicos. Conocían la canción y me contaron que descubrieron a Sisa porque Roger Padilla lo escuchaba de pequeño en el coche de sus padres, al igual que a Llach. Yo añadí que mi padre, militar y progre (sí, progre), también llevaba a LLuis Llach en el coche, pero en formato cartucho. Me miraron ojipláticos, no porque un militar se emocionara canturreando “L’Estaca”, sino porque no sabían qué puñetas era eso de los cartuchos. Pues los cartuchos eran como una cinta de cassette a lo bestia. Al ser más grande, la cinta magnética tenía más anchura, rodaba más rápido y se oía mejor. Y el del coche de mi padre era ¡cuadrafónico! Yo me quedaba horas encerrado en el Seat 1430 FU escuchando a Emerson, Lake & Palmer o a Supertramp. Y alguna vez a la Orquesta de Ray Coniff. El sonido era excepcional, infinitamente mejor que sus primas pequeñas, las cintas de cassette. Muchos vehículos en los años setenta incorporaron reproductores de cartuchos, ese fue su hábitat más popular. No duraron mucho tiempo, aunque su vida fue más larga en emisoras de radio, que disparaban sus cuñas publicitarias en formato cartucho hasta que llegó la informática y la digitalización del audio. Ahora los cartuchos solo se pueden encontrar en el Rastro o en la red. Pero para viejas rarezas, el comediscos. Uno de los inventos más penosos de la humanidad. Una especie de hamburguesa grande, con una abertura en un lateral por donde se introducían los singles a presión. El aparato engullía el disco, lo reproducía y lo devolvía en un estado lastimoso. Yo tuve uno, y me destrozó varios discos. Era un aparato odioso, aunque, eso sí, la estética era total. Llevarlo en modo bandolera a una fiesta o incluso a la playa te convertía automáticamente en el puto amo. Ahora que el CD y hasta el iPod empiezan a parecer antiguallas, el vinilo se mantiene en un orgulloso segundo plano de culto, sin atisbos de desaparecer. En cambio, la cinta de cassette, otrora reina de las gasolineras, parece perdida en el olvido. Al menos hasta hoy, ya que Camela, los reyes de la tecno-rumba, lanzan su nuevo disco con una edición limitada en cassette. ¿Se puede ser más grande?