Hace un tiempo, alguien dijo en Twitter (no recuerdo si fue un famoso escritor) que le gustaría que en la crítica literaria o cinematográfica se hablara más sobre los personajes de la obra, que los críticos se mojaran de verdad, que se hablase claro, decir sin reservas que un personaje nos ha resultado insufrible, que nos ha aborrecido hasta desear su muerte. Desconfío de la gente que juzga una obra según la moralidad de su contenido, pero eso no significa que el carácter de sus personajes no me interese. Al fin y al cabo, si es que el autor lo hace bien, cuando leemos un libro o vemos una película nos creemos una historia inventada (por lo menos una transformación de la verdad), y como pasa en la vida real, al final uno termina teniendo cierta opinión sobre sus personajes, nos caen bien o mal, llegamos a amarlos u odiarlos o quizá a tener debilidad por alguno o algunos de ellos. Como decía Lucia Berlin en Punto de vista (uno de los relatos de su magnífico libro Manual para mujeres de la limpieza, que lo recomiendo encarecidamente), al final todo queda en manos del narrador, del punto de vista que elige, de la manera como narra esa historia y a sus personajes. Desde luego, si los hace creíbles no nos serán indiferentes. Y esta es una de las virtudes que consigue el escritor Daniel Gascón en Un hipster en la España vacía, su última novela, publicada el pasado mes de junio.
La novela narra las aventuras de Enrique Notivol -el hipster- en un pueblo de “la España vacía”, La Cañada, cuando después de una ruptura amorosa decide marcharse de la gran ciudad (Madrid) e iniciar una nueva vida allí, en la casa de sus tíos. El hipster está cargado de buenas intenciones, quiere emprender sus proyectos, comprometerse con la comunidad, mejorar la vida de sus habitantes. Pretende montar una granja orgánica colaborativa, organiza un taller sobre nuevas masculinidades, les enseña juegos alternativos a los jóvenes, empieza a frecuentar el bar del pueblo, y llega a ser el alcalde. Pero en su camino de héroe también comete errores, en algunas ocasiones incluso peligrosos, como la vez que provoca un incendio en la serrería. Como dice una pintada en un pasaje memorable del libro, el hipster es un gilipollas, un joven convencido de sí mismo y de su visión de la vida (o al menos eso pretende), un urbanita que trata de imponer y decir a los demás cómo tienen que vivir. Pero a pesar de los pesares, de sus estupideces, de su buenismo irritante, de su hipocresía, de su velada pretensión de superioridad moral, no me resulta un personaje insoportable, dejo que me acompañe un tiempo, quiero saber qué le pasa. Y aquí es donde actúa la voz y el ingenio del narrador.
La historia del hipster se abre en primera persona, en forma de diario personal. Leyendo sus confidencias reconozco sus engaños, sus fracasos, su ridiculez, sus contradicciones, sus guerras floridas, y me hacen reír. Pero esto posiblemente sería distinto o simplemente no pasaría si la manera de narrar de Gascón fuera otra. A menudo leo o escucho a gente decir que “el arte nos salva” o cosas por el estilo. Al margen de lo que pienso de tales frases (cada uno sabrá lo que en su caso le “salva”), si acaso considero que algo me “salva” o que en todo caso me hace pasar buenos ratos o me ha aliviado los duros es el humor. Esto es lo que me parece extraordinario de la novela y me hace cercano a su protagonista. Gascón utiliza la exageración y la chanza para construir un personaje que es un gilipollas, un iluminado, pero también un iluso, un poco como somos o lo podemos ser todos. Un personaje que nos puede resultar repelente a la vez que amigable. A través de
la sátira, de un tono irónico que no decae en ningún momento y del juego con el punto de vista (mezcla de forma lúcida voces y registros) refleja los pequeños y grandes conflictos de nuestro tiempo, las contrariedades que todos tenemos. En la nueva vida del hipster todo deviene una aventura rocambolesca, demencial y delirante, lo cotidiano se vuelve épico, temas que están en el orden del día como el cambio climático, el ecologismo, el feminismo, la inmigración, la corrupción y fragmentación partidista, el afán de corrección política, la puerilidad social, la memoria histórica o la cuestión cultural e identitaria se convierten en motivos emocionantes, en “una gran ficción”, como ya dijo Karina Sainz Borgo en su crítica.
Al tiempo que uno lee Un hipster en la España vacía, resulta inevitable pensar en autores como Rafael Azcona, Berlanga o José Luis Cuerda. Pues en un tiempo en el que a menudo los asuntos de toda índole parecen tomarse al pie de la letra, la novela de Gascón nos recuerda una vez más la gran virtud de no tomarse las cosas de tan aburrida manera, de saber reírse de nosotros mismos y de la realidad en la que para bien y para mal nos ha tocado vivir.