INMA GARÍN: ¿Actualizar los clásicos, recrearlos, utilizarlos? Esa es la cuestión que me plantea este texto que escribe y dirige Magüi Mira producido por Jesús Cimarro (Festival de Mérida y Pentación), con Belén Rueda encabezando el reparto en el papel protagonista de Salomé. Se quiso estrenar en Londres en 1892 pero Lord Chamberlain la prohibió por tratarse de una obra transgresora que daba rienda suelta a la pasión y al arrebato. La de Belén Rueda, no es la Xirgu ni la de Espert, ni tampoco la Sarah Bernhardt. Obvio. Belén Rueda es una gran actriz, pero el montaje no le hace justicia. Ni la peluca, ni el vestuario le favorece. Si en “Adiós, dueño mío”, Mira estaba acertada, aquí no tanto. Su objetivo es hacer una crítica al machismo, con una Salomé protofeminista, sumada a la causa rebelde. Dispersa por caminos divergentes, desde el musical a la comedia bufa acabando en una imagen expresionista: un brazo ensangrentado, mano abierta y dedos extendidos. Recuerda a la figura del Guernica. Dolor y sufrimiento físico. Acostumbrados a la parodia, la belleza me pilla desarmada.
Acabamos de reírnos con el desparpajo de Luisa Martín con su Herodias salida de una fiesta, pero nos preguntamos por qué esa critica zafia, al tetrarca, casi costumbrista, mientras que las del Bautista, causa de su encarcelamiento, se pierden entre canciones. No es que no Pablo Puyol no tenga una estupenda voz, sino que la historia en su conjunto no le deja sobresalir como líder rebelde, profeta y reencarnación de Elías.
Luego está la parte técnica. La primera vez que entra en escena Martín lo hace con una voz desajustada a la del resto; la de Puyol, por su parte, queda ensombrecida por la música que suena por encima, potente. Disculpamos estos extremos intuyendo que la tormenta de agua caída horas antes pudo impedir los ajustes técnicos de última hora, ya que no solo falló la acústica, sino que la iluminación (Jose Manuel Guerra) parecía estar también desafinada; el cañón iluminaba el vacío, mientras que Belén Rueda se oscurecía tras el maquillaje y la falta de frontales. Sergio Mu (el sirio), con una falda blanca hasta los tobillos, casi como un Jesucristo a punto de cruzar el mar, recordaba a Conchita Wurst, la australiana que triunfó en Eurovisión en 2014. Elegante y sensible, ajustado en su cometido y más eficaz que Juan Fernández. Un Herodes blando y desmotivado, bobalicón hasta en su intento de abusar de la hijastra. Tampoco la dirección o la escenografía (estudiodeDos) contribuyeron a clarificar la historia. El baile de Salomé se produce a un extremo de la larga mesa cruza el escenario.
La composición musical, a cargo de Marc Álvarez, no brilló en Sagunt, y me respondo que sería la falta de tiempo para calibrar. Un sonido excesivo deja a las voces sin matices con un nosequé electrónico bastante molesto. Una iluminación adecuada es necesaria para apreciar los matices del trabajo interpretativo. Estos aspectos hay que valorarlos. Con todo “Salomé” cosechó aplausos de un público predispuesto a gozar de la presencia de actores a quienes acostumbran a ver en las pantallas de sus hogares. Mucho más acertada estuvo Mira en otras ocasiones.