EDUARDO CÓRDOBA VALLET: La mañana del 27 de noviembre de 2017 los espectadores que sintonizaban la NBC escucharon a la presentadora del Today Show, Savannah Guthrie, anunciar que su compañero de pantalla no volvería a darles los buenos días. Matt Lauer llevaba dos décadas al frente del programa matinal de la cadena, a la que le unía un contrato de 25 millones de dólares anuales, que debía terminar a finales del año siguiente. Lauer pasó de “Rey de las mañanas” a apestado de un día para otro. No pudo ni despedirse de los espectadores. Al presentador, un monumento a la pulcritud, la corrección y la amabilidad aséptica obligadas en la tele mainstream made in USA, se lo llevó por delante la todavía incipiente nueva ola feminista desencadenada por el movimiento ‘Me To’. Adiós de un plumazo a 38 años de carrera en televisión. Al veterano y hasta entonces intachable entrevistador Charlie Rose le había pasado exactamente lo mismo sólo ocho días antes, y por las mismas razones, en el programa matinal de CBS, CBS This Morning. En 2017 ya no era aceptable que un señor poderoso flirteara con sus subordinadas y las acosara sexualmente con impunidad absoluta. Tampoco que la empresa para la que trabajaba hiciera la vista gorda. La mentalidad del siglo XX se daba de bruces con la nueva normalidad del XXI.
The Morning Show iba a ser una serie sobre la rivalidad entre dos co-presentadoras de un programa matinal, la típica lucha de egos en el marco pintoresco de un plató de televisión. Nada del otro mundo. Y entonces ocurrió lo de Lauer. Con muy buen ojo cambiaron al ‘showrunner’ y el guión se adaptó a toda prisa a la actualidad, mucho más jugosa. Así es cómo Steve Carrell acabó interpretando a Mitch Kessler. Coproducida y coprotagonizada por Jennifer Aniston y Reese Witherspoon, la serie era la carta de presentación de la nueva plataforma de streaming de Apple. Las expectativas eran muy altas.Cuando se supo que la trama iba a llevar a la ficción, aunque nunca se ha reconocido abiertamente, lo ocurrido en el Today Show, había mucha curiosidad por saber qué malabarismos iban a hacer para abordar todas las derivadas y los matices de un asunto tan delicado y actual sin convertirlo en un relato plano y predecible. Pues bien, The Morning Show (TMS) es cualquier cosa menos una serie unidimensional y aburrida. Tampoco es un panfleto bienintencionado. La serie cumple las expectativas gracias a un esmerado guión que plasma la complejidad de un asunto tan poliédrico, entra a todos los trapos y, pese a permitirse alguna licencia, lo que cuenta resulta creíble y atrapa a lo largo de sus diez episodios. TMS refleja el aturdimiento de buena parte de la sociedad ante la nueva perspectiva de género, que no va a pasar por alto abusos que (por lo que se ve) antes se daban por descontados. El giro ha pillado con el pie cambiado a un buen número de vacas sagradas que eran intocables hasta antes de ayer y que hoy han quedado arrasadas y sus carreras reducidas a escombros. TMS es un dramón pero cuenta
con humor y colmillo las trágicas consecuencias del abuso de poder en las vidas de quienes lo padecen; muestra la hipocresía de las empresas que, como ocurrió con la NBC, se suben a la ola cuando ya está en marcha y solo porque no hacerlo ya no les sale a cuenta, ni en términos económicos, ni de imagen; exhibe los motivos egoístas de cada personaje para explicar sus conductas cuestionables y da a entender que eso funciona igual en la vida de cada uno de nosotros porque todos estamos a lo que estamos; interpela al espectador y le obliga a preguntarse cómo actuaría en cada situación; se pregunta por el precio del éxito (spoiler: no, no compensa); y todo esto sin esquivar las dobleces de muchas de esas situaciones, sin demonizar de manera ramplona al personaje de Carrell, sin describirle como un monstruo de siete cabezas porque, tampoco en la vida, los depredadores sexuales son personajes de una pieza a los que se ve venir. O no a todos.
Con un diseño de producción impecable (es una de las series más caras de la historia: 15 millones de dólares por capítulo), el nivel de las interpretaciones es uno de los platos fuertes de TMS. Destaca la de Jennifer Aniston (la nominaron al Globo de Oro y se llevó Screen Actor Guild Award) que, en su regreso a la televisión tras el final de ‘Friends’ hace dieciséis años, lo borda en un registro opuesto al de Rachel Green, su personaje en la sitcom que la catapultó. Aniston, que interpreta a la amargada y crispada Alex Levy, tiene varios momentos de lucimiento, pero hay uno, que transcurre en el campus del colegio universitario al que se ha trasladado su abofeteable hija, que justifica por sí solo el Emmy. A Matt Lauer, por cierto, se le ha tragado la tierra. Ya no tiene que preocuparse por los índices de audiencia pero las acusaciones de acoso, e incluso de violación, se acumularon a partir de su despido. Su mujer le echó de casa dos meses después de que le dieran el finiquito en la NBC. No se me ocurre mejor argumento para una serie que lo que pudo ocurrir entre esas cuatro paredes durante esas ocho semanas. Ahí lo dejo. De momento Apple ha anunciado una segunda temporada de TMS.