Es difícil dar con ideas que saquen continuamente el dinero a la gente, pero Marvel lleva años haciéndolo y, por lo visto, no tiene intención de parar pronto. De hecho, ha pisado un peligroso acelerador con Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos: una película que debería ser un motivo de alegría por sus supuestas pretensiones de inclusión, y que no es más que otro deleznable blockbuster de superhéroes al trillado estilo americano.
El filme nos presenta a un joven estadounidense de orígenes asiáticos aparentemente normal, que deberá recurrir a las técnicas de combate aprendidas en su juventud cuando su odioso padre pretenda traerlo de vuelta a casa a la fuerza para llevar a cabo un peligroso plan.
A pesar de tratarse de una de las creaciones más queridas por los fans de “La Casa de las Ideas”, su adaptación cinematográfica ha resultado ser todo lo que no deseábamos ver en pantalla de un cómic tan particular. Y es que, aun siendo un superhéroe tremendamente diferente a lo que Marvel nos suele vender en sus películas, nos han brindado lo mismo de siempre multiplicado por veinte, pero con un superficial filtro de integración que no podría engañar a nadie. El filme resulta una caótica mezcla de Tigre y dragón y las entregas más inaguantables de Los Vengadores. Los efectos especiales son cutres, las coreografías decepcionantemente genéricas y sus personajes carecen por completo de carisma. Si a una cinta de artes marciales y superhéroes le quitas las secuencias de acción dignas y la vibrante emoción en sus escenas te queda un producto que no interesa a nadie, porque el público es incapaz de verse motivado por una película sin alma en la que sus protagonistas se arrastran por la pantalla durante más de dos horas de metraje. Toda una eternidad en la que desearíamos estar haciendo casi cualquier otra cosa con tal de no contemplar este incoherente esperpento.