Esa semana había ido a una librería del centro de Valencia. Estaba bastante animado. La pandemia nos pilló a todos con el paso cambiado. Parecía que volvíamos a rutinas ya olvidadas. Ese día me llevé Transbordo en Moscú, de Eduardo Mendoza, Una lección olvidada de Guillermo Altares y Noruega de Rafa Lahuerta. Encontré la edición De la Guerra, de Von Klausewitz convertido en un pequeño ladrillo prusiano de bolsillo.
De vuelta a mi casa encendí el ordenador y me encontré con una entrevista a Pablo Zarrabeitia. Era el pseudónimo de un agente del CNI que terminaba de publicar una novela: El Alma de los espías. Espías españoles y rusos. Y un topo. ¿Qué más se puede pedir? La compré inmediatamente. Cuando terminé de leerlo me dejó varios días pensando. Era un libro especial. Y para un libro especial había que hacer una reseña también especial.
El alma de los espías es una novela de corte realista que cuenta la historia de Marcos Madero, jefe del contrainteligencia del CNI, encargado de desenmascarar a un topo que está vendiendo secretos al espionaje ruso. Junto a él un grupo de personajes tratan de dar acabar con una trama que ha matado a varios colaboradores del Centro.
Pablo Zarrabeitia describe como nadie el ambiente interno de la Casa (la forma de referirse al CNI), su forma de trabajar, los compartimentos internos y la dura vida de los agentes que no puede revelar su identidad: “El Centro ejercía un poder atracción irresistible. Como una droga el servicio tenía un componente adictivo que devoraba a quien lo probara sin tomar precauciones”…“Si uno se descuidaba y dejaba que el CNI le engatusara el mundo exterior terminaba volviéndose hostil e irrespirable”.
Su narración está repleta de reflexiones que nos ayudan a poner en contexto lo que nos está contando y que aporta claves de distintos asuntos. Como el maestro John Le Carré ninguna de sus reflexiones cae en saco roto. Son algo más que bits informativos expresados por un alter ego de ficción, de otro personaje que también es ficción, al menos en el ámbito público.
“El SVR, mutación del KGB, continuaba utilizando los mismos métodos de la era comunistas, enriquecidos ahora con pequeños matices. Desprovistos ya por completo del pesado e incómodo manto de la ideología, el KGB-SVR se había convertido en un ente más cínico y brutal, al servicio de un Kremlin que secretamente aspiraba a vengarse de la humillación sufrida por el desmembramiento de su Imperio.”
Madero en realidad quiere a los rusos. Como dice en algún pasaje le caen bien. Siempre que no sean espías, dice con socarronería. Hace una fantástica descripción de la decadencia de los servicios occidentales, especialmente de la CIA, a partir del 11S.
Uno de los pasajes más curiosos del libro es cuando se refiere a la fuente de Ramón Mercader, el español ex espía del KGB, asesino de Trotsky que aparece como informante del CNI. Aquí tuve que parar de leer. El personaje lo conocía muy bien gracias al documental Asaltar los cielos,de Javier Rioyo y López Linares y por la excelente película El Elegido, de Antonio Chavarrías. Recuerdo que murió en la Habana en los años 70 después de pasar mucho tiempo en una prisión Mexicana. Entiendo que se trataba de un recurso literario. A no ser que hubiera algún tipo de contacto con él Cuba en otros tiempos. Cosa difícil, pero no imposible.
El libro nos da un azote de realidad recordando el asesinato de los agentes del CNI en Irak- el libro está dedicado a ellos-y los atentados yihadistas del 11 M de Madrid. Marcos Madero reflexiona: “Lo de Irak era una forma resumida de referirse a la inminente invasión de Irak por parte de Estados Unidos liderando una coalición en la que participaba España”… “La abrumadora mayoría de la sociedad estaba en contra de participar en una guerra lejana y de carácter imperialista casi imposible de disimular”
El punto de vista de Helena, otra de las espías recién llegada al Centro:
“Helena siempre creía leer unos subtítulos que decían “Es el petróleo guys”. Al parecer la mayor parte de la sociedad española tenía una opinión similar a la suya y las manifestaciones de protestas se sucedían en las calles mientras el gobierno hacía oídos sordos.Esta vez, el Centro no era ajena a la agitación social”…Cuando España envía tropas al exterior, el CNI colabora en su protección desplazando a la zona de conflicto con unidades de élite…”.
El comandante Baró en un ejercicio de tiro días antes de morir en la emboscada de Latifiya – ABC
Y otro pasaje:
“Os recuerdo que como miembros del CNI estamos obligados a obedecer al Gobierno. Yo personalmente no estoy a favor de la guerra, pero no voy a ir gritando por la cafetería cuál es mi opinión sobre Irak y, si el Gobierno me ordena que participe en la célula, tendré que hacerlo. No voy a deciros cómo tenéis que comportaros.”
En un pasaje recuerda también cómo el Gobierno de José María Aznar-sin citarlo en ningún momento,- desplazó al director del CNI (entonces era Jorge Dezcallar) del órgano de crisis y cómo sabían a las pocas horas que el atentado yihadista nada tenía que ver con ETA. También le da un brochazo a la llamada “teoría de la conspiración”.
Proyectar la imagen del CNI
El libro está prologado por la entonces secretaria general del CNI, Elena Sánchez Blanco que tras su llegada al Centro había decidido “buscar iniciativas que nos ayudasen a proyectar una imagen auténtica del Centro y sus miembros, gente normal que hace cosas extraordinarias”.
Si exceptuamos a Mortadelo y Filemón, al “superagente” Perote o a Paesa-que llevó al cine Alberto Rodríguez en El hombre de las mil caras-, la imagen exterior de los espías españoles no va a acorde a los tiempos. En España lo más cercano a tener un 007 fue Anacleto, agento secreto. Siempre nos lo hemos tomado con humor porque el silencio de los monjes del centro ha impedido darle otro tipo de visibilidad. Dejas que otros la conformen.
Cualquier agencia de inteligencia que se precie ha proyectado su imagen a la ficción. Qué poder que ha tenido la narrativa anglosajona: el águila estampada en la sede de la CIA de Langley, o el imponente edificio del MI6 que vimos volar en pedazos en Skyfall, de Sam Mendes. La construcción de la imagen de poder de los servicios secretos es un constante en las últimas décadas.
Si me permiten la licencia qué mal nos hemos vendido. Si no logras una narrativa positiva de tus éxitos, cómo vas a justificar tus fracasos. Nadie ha creado una contranarrativa actual. Nadie hasta esta novela. Y tampoco es que dé una imagen idílica, ni complaciente con el Centro. Hay una cierta sordidez en todo lo que cuenta. Pero esa es su credibilidad, esa es su verosimilitud. Ese es su valor. Una cosa es proyectar una imagen y otra la propaganda. Los lectores tienen la mirada muy cultivada después de ver series Como Homeland o The Americans.
Quieren leer una historia que les entretenga, que les enganche y que aprendan cosas que desconocen. La conexión con los personajes es algo esencial. Si alguien ha visto The Americans empatizas tanto con este matrimonio de espías del KGB que sufres hasta cuando los van a detener. No digamos con Saul Berenson y Carrie Mathison. O con George Smiley de Le Carré.
Pablo Zarrabeitía ha conseguido algo muy complicado. Entretener con una voz propia. El alma del libro es la suya.
Segunda parte
Pablo Zarrabeitía ha confirmado que habrá segunda parte. ¿Veremos a Marcos Madero por las calles de Caracas?, ¿O quizá desentrañando la “trama rusa” de Cataluña? ¿O lo veremos por Afganistán? No lo sabemos, pero estamos impacientes por leer la segunda parte.
Felicidades y ojalá podamos ver algún día a Marcos Madero en la gran-o pequeña- pantalla.
Pau Vergara, es director de la guía de Ocio y Cultura de la Comunidad Valenciana Cartelera Turia, crítico de cine, Productor en Red Spectra Films, Master en guion para cine y televisión y Filmmaking NYU, NYU,Capitán Trueno y el Santo grial, Más allá de la alambrada, Memorias de una Guerrillera, Viento en las velas, Hands!, La estrategia del canapé.Master en Amenazas Híbridas, Seguridad y Defensa 2021.22