Marisol, la alcaldesa de una ciudad del Levante, pasa sus últimas horas de libertad rodeada de su equipo de confianza, antes de ser detenida por un caso de corrupción. Es la última farra junto a su círculo más cercano: música, cocaína, últimas palabras de apoyo, voces en alto, brindis y mucho alcohol. Todo parece ser una fiesta de despedida corriente entre gente supuestamente amiga, hasta que la cámara se detiene en la mirada de las dos protagonistas: Marisol y su amor, Amparo.
Mindanao, el último cortometraje del cineasta Borja Soler (Ahora seremos felices, Snorkel o la serie Antidisturbios), escrito junto a Daniel Remón y coproducido por Caballo Films y Filmeu, presentado la semana pasada en la última edición del Festival de Málaga, es un lúcido drama de carácter intimista, narrado con sobriedad y delicadeza. Lo que podría haber derivado en una película que transitara por derroteros similares a los de El reino, de Rodrigo Sorogoyen, un thriller al ritmo de música electrónica, lleno de potencia visual y realismo sórdido para hablar de unas vidas sacudidas por la corrupción, con acierto, se constituye como un drama ambiguo sobre personajes puestos al límite. De un modo distinto, Mindanao habla sobre la corrupción, el personaje protagonista fácilmente recordará a su inspiración de la vida real (lo cual es toda una virtud, debido a su caracterización y a la magnífica interpretación de Carmen Machi), pero como también sucedía en la película de Sorogoyen, lo extraordinario del corto reside en el modo como Soler filma su trasfondo. La cámara se sirve de este contexto para seguir mirando más allá de él, en la historia íntima que subyace en la colectiva, en este caso, el punto de partida y la gran virtud del relato reside en la mirada, en lo que se cuenta a través de las miradas y los silencios de los personajes.
El relato parte de la puesta de los personajes en una encrucijada (la inminente detención de la protagonista) para así adentrarse en sus intimidades y espacios de sombra, en su relato personal. Con un tono realista, a través de un guion comedido, del enfoque en la expresión de estos personajes mediante primeros planos y de una puesta en escena elegante y fría, Soler narra con sencillez y profundidad la historia de amor de las dos mujeres protagonistas. Marisol es una política corrupta que ha obrado mal a sabiendas y que la han pillado. Posiblemente si eso no hubiera sucedido o si pudiera librarse de responder por ello seguiría actuando del mismo modo, no se plantearía nada más, la fiesta seguiría. Pero esa no es la situación que se cuenta. La realidad es que va a ser detenida, y que, por consiguiente, como ella misma dice en una reveladora secuencia, su película parece haber terminado. Entonces solamente le queda mirar hacia el pasado: hacia sus nostalgias, debilidades, alegrías, penas, miedos, errores y arrepentimientos secretos, también hacia sus intenciones no cumplidas, pensar en lo que podría haber sido y no ha sido, en cómo ha sido la película y cómo podría haber continuado.
El cortometraje cuenta el término de una historia de amor, pero como también suele suceder en la realidad, en la tragedia también hay lugar para la comedia. A pesar del dolor y el pesar que hay en las miradas de las protagonistas, en ellas también hay lugar para el humor. Soler filma a sus personajes como lo que son, sin moralismos ni lecciones edificantes. Y al final, solo queda la realidad de sus vidas, toda la felicidad y toda la tristeza que se contiene en un “Burmar Flax” y en la posibilidad de una isla remota llamada Mindanao.