CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: La energía del rock se creó hace casi un siglo pero tiene pinta de que no se vaya a destruir, de tanto que sobrevive a pandemias, decesos inesperados y caídas en desgracia ante géneros popularmente más pujantes. Es la única forma en la que cabe encajar el solidísimo concierto de los canadienses The Sadies tras dos aplazamientos, primero por la pandemia y luego por la repentina muerte de su vocalista y compositor principal, Dallas Good. La vida de esta gente no se entiende sin la carretera y los bolos en garitos para uno o dos centenares de personas: ese es su sustento y su modo de ganarse la vida. Y así morirán. Con las botas puestas.
A eso se aplican los tres supervivientes de esta formación que combina como pocas el country, el bluegrass, el folk, el surf y ese rock acerado que restalla esquirlas psicodélicas y tanto recuerda a veces a The Long Ryders o The Dream Syndicate. Americana en su sentido más amplio, vaya. Surtido por Travis Good (hermano de Dallas, fallecido en febrero pasado a los 48 años por una enfermedad coronaria hasta entonces inadvertida), Sean Dean y Mike Beltisky.
Se echó de menos una segunda guitarra que añadiera más leña a su fuego durante gran parte de su concierto en 16 Toneladas, y es una pena porque presentaban el que es uno de los mejores discos en sus casi 30 años de carrera, el notable Colder Streams (2022). Con todo, Travis Good reveló una vez más su vis de guitarrista rocoso. La segunda mitad de su concierto transitó por territorio más tradicional, con sus paisanos Kacy & Clayton (teloneros minutos antes) acompañándoles en una ceremonia muy de raíz, que tuvo su piedra de toque en la versión de “Fist City” de Loretta Lynn.