Cerca de un orfanato se está llevando a cabo una batalla, es la última guerra carlista. El sonido de las bombas comienza a formar parte de la banda sonora. Las niñas, asustadas, buscan un sitio dónde esconderse y las monjas del orfanato las llevan al sótano, dónde las obligan a rezar. La música ha cambiado, los sonidos graves y profundos de los estallidos se han mezclado con acordes menores de cuerda, transportando la historia a un ámbito feérico, de cuento. A causa de las bombas, una de las niñas queda atrapada entre los escombros, debatiéndose entre la vida y la muerte. Parece que la batalla ha terminado, todo está en silencio, la muerte la abraza. Y entonces aparece una figura, ataviada de una capa raída, que la rescata de entre las piedras “¿Eres un ángel?” pregunta la niña, débil. La interrogación queda suspendida en el aire.
Con esta maravillosa introducción comienza “Todas las lunas”, último largometraje de Igor Legarreta. Una narración sobre vampiros, esta vez en la España de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, desde el prisma de una niña de 12 años que, para ser salvada de la inevitable muerte, es condenada a ver todas las lunas. La película vuelva con una clase fantástica, consiguiendo evocar una ambientación casi perfecta. La música, a cargo de Pascal Gaigne (ganador del Goya a mejor banda sonora por “Handia”), viaja con una fuerza poderosísima, adaptándose a la historia y pergeñando escenarios que impulsan la narrativa interna. La fotografía, es directamente fantástica. Apoyándose en el fuego como centro neurálgico de la iluminación, pero dándole notas azules que acaban de pintar los encuadres para darle ese toque frío de la noche vasca. Un trabajo fascinante de Imanol Nabea, director de fotografía de este filme. A nivel interpretativo, Haizea Carneros (Amaya) está brillante. En un papel con poco diálogo y mucha mirada, que consigue narrar la inestabilidad de una niña que no entiende lo que está pasando, pero que se sabe poderosa e inflige miedo. Yendo de la fragilidad a la fuerza en pocos pasos y con mucha naturalidad. El resto del reparto se queda algo más lejos. Destacable, aunque sea, el breve papel de Itziar Ituño, quién también consigue generar esa humanidad a través de sus ojos.
La película tiene un primer arco digno de estudio. Una introducción maravillosa que presenta una premisa fuerte y apetecible. Por desgracia, el segundo arco del filme queda demasiado desprovisto de tensión. Generando cierta languidez en la narrativa y perdiendo por momentos el interés en la misma. Esto acaba afectando al conjunto, y reduce el optimismo con el que uno sale de esa primera parte. Además, uno de las reglas impuestas por la propia película se rompe sin ser explicada debidamente. Lo que hace que esa suspensión de la incredulidad quede señalada. Da la sensación de haberse puesto un obstáculo demasiado difícil, y habérselo sacudido a la primera de cambio y sin pensar mucho en ello.
En el tercer acto la película vuelve a retomar fuerzas, aunque lleva aún encima la carga del pasado. Los diálogos son algo expositivos, aunque el hecho de que la protagonista sea una niña ayuda a que esto no sea tan problemático.
En definitiva, una película que podría ser brillante y que no acaba de rematar la faena. Una ambientación maravillosa y unas buenas interpretaciones que tiran de un guion que podría haber estado más trabajado. Pero, a fin de cuentas, una obra fantástica. Un cuento sobre vampiros y sobre el amor.