Dramaturgo, guionista, cineasta… David Mamet conoce muy bien, y desde dentro, cómo es el mundo del espectáculo, cómo son, piensan y actúan los artífices de los productos (películas, espectáculos) de entretenimiento o, en el mejor de los casos, de arte.
Ahora bien, a la hora de concebir esta obra no tuvo que escurrir mucho el magín: todo estaba ya dado y dicho por los medios de comunicación y las redes sociales, ya que lo que se nos muestra es un retrato grotesco de un individuo conocido, Harvey Weinstein , el magnate del cine que fue denunciado por muchas actrices, o aspirantes a serlo, y que dio pie al surgimiento del movimiento Me too. Estructurada en tres partes, la obra nos muestra en las dos primeras el modo de ser y de comportarse del productor, su carácter soberbio, egoísta, su abuso de poder, su lascivia, su insensibilidad con respecto a sus subordinados (secretaria, guionista, actriz).
Pero en una pirueta final, Mamet salva de algún modo al personaje reconciliándolo con sus explotados que aceptan que el espectáculo debe continuar y que, si quieres coger peces, te debes de mojar. Broma, sarcasmo, burla… cada cual que lo intérprete a su gusto. Sea como sea, no parece que Mamet participe del simplismo moralista imperante. Y quizá tampoco José Carlos Rubio, el director del montaje, que se esfuerza desde el primer minuto en mostrarnos a un protagonista absolutamente asqueroso, inmoral y despreciable, al que no le valen sus excusas sobre la soledad, la fealdad o la gordura. Un personaje que Nancho Novo encarna con notable exactitud (su caracterización le hace repugnante a simple vista) y al que dan la réplica Eva Isanta, Fernando Ramallo y Candela Serrat.