Cartelera Turia

UN PAÍS DE CIEGOS

ABELARDO MUÑOZ: Parece mentira pero es verdad: tuvieron que suceder los últimos asesinatos franquistas del 27 de septiembre de 1975 para que el mundo mundial se acordara de que en España seguía gobernando el carnicero de El Pardo. Las ejecuciones de los cinco jóvenes opositores, que fueron fusilados, (“Papá, me ejecutarán mañana, pero la vida sigue” escribió uno de ellos) demostraron que el régimen seguía siendo tan fascista como cuando acabó la guerra. Protestaron desde el Papa hasta los esquimales pero no sirvió de nada. La Momia tenía los días contados y el gatillo fácil.
“Estos hechos forman parte de la cultura sentimental de los españoles” dijo la filósofa Cristina García en una charla en La Nau. Conmemoraba el aniversario de aquella tragedia política. La catedrática arremetió contra “una paz social basada en el silencio” y recordó que los crímenes del franquismo hay una “responsabilidad colectiva”. Aquel juicio farsa provocó la solidaridad de todo el mundo. Luego, la Transición lo metió en el infame cofrecillo de la desmemoria colectiva. No hay responsables, como si eso jamás hubiese sucedido.
“La historia del país continua fijada en las consecuencias de esos años. Vivimos enredados en unos hechos que ocurrieron hace tiempo; los crímenes del franquismo siguen impunes”, sentenció Cristina. La timorata ley de Memoria no establece ningún procedimiento para invalidar las sentencias de aquel juicio ilegal. No se puede procesar a los responsables. Así que ni justicia, ni verdad, ni reparación para el País de los Dientes Afilados, que cantaba Luis Pastor. Ni España camisa blanca de mi esperanza , ni gaitas. Aquí el pasado es un corredor oscuro. El gran periodista, escritor y humanista Ryszard Kapuscinski, escribió lo siguiente en su libro sobre otro asesino (El Sha de Persia): “Cuando se habla de la caída de una dictadura (…), no se puede tener la ilusión de que junto a ella se acaba todo el sistema, que desaparece todo como un mal sueño. En realidad solo termina su existencia física. Pero sus efectos síquicos y sociales permanecen, viven y durante años se hacen recordar e incluso pueden mudarse en formas de comportamientos incrustados en el inconsciente”. Nuestro mal sueño es ahora una pesadilla: un neofranquismo obsceno e impune que reparte mentiras como caramelos. Como en un país de ciegos.

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