Cartelera Turia

UNA DE FESTIVALES

GERARDO LEÓN: Coincidiendo con el cambio de ciclo político en la Generalitat Valenciana y el ayuntamiento de Valencia, saltaba a los medios una polémica que parecía destinada a rediseñar el programa de festivales de cine de nuestra ciudad. La polémica se hacía eco de una vieja demanda/reflexión muy extendida en el sector cultural que, más o menos, sostendría la necesidad de organizar un gran festival de cine cuya envergadura correspondiera con nuestro tamaño y relevancia. Puesto que Valencia era la tercera ciudad española en población, parecía razonable que albergara un gran festival de cine acorde a ese ranking o, como poco, al mismo nivel de otras ciudades como Málaga, San Sebastián, Valladolid o Gijón.

El cambio de ciclo político, decíamos, parecía aupar la solución a esta demanda que, según se ha difundido, pasaría por fundir los dos festivales ya existentes para acoplar sinergias y, sobre todo, presupuestos en un nuevo proyecto “mayor”. La idea, sin embargo, sugería varias preguntas. ¿Qué implicaba de facto unir ambos certámenes? ¿Se trataría acaso de conservar uno de los dos para dotar al “superviviente” de los fondos necesarios para ese deseado crecimiento? En tal caso, ¿cuál sacrificaríamos? ¿O se trataba de crear un nuevo proyecto que aglutinara ambos espíritus o temáticas en una misma estructura? ¿Podrían congeniar ambos conceptos en el mismo festival?

Mientras se elucubraba sobre ambas opciones, saltaba en otro medio la noticia de una tercera vía que proponía la creación de una nueva marca que borraría a las anteriores. Al cabo de poco tiempo, volvíamos sobre el camino de fundir ambos esfuerzos.No es el propósito de este texto censurar decisiones técnicas o políticas que se escapan a la influencia de un mortal. Ahora bien, sí que me gustaría invitar a realizar algunas reflexiones. La primera es que, en lo que se refiere a festivales de cine, existen más de un modelo cultural. En una ciudad como Barcelona, por ejemplo, conviven dos festivales relevantes: el D’A de Barcelona y el Barcelona Film Fest. Y no pasa nada. Si están bien dotados, la oferta cultural se enriquece.

Dos. Crear un nuevo modelo de festival cuyo espíritu habría que empezar a definir desde el principio puede ser tan beneficioso como pernicioso en el medio y largo plazo, especialmente en un mercado saturado en el que todos los festivales compiten, con sus matices, por el mismo producto.

Pero si digo esto es por una tercera cuestión. En el tiempo que llevo colaborando en el festival Cinema Jove como programador he aprendido, al menos, una cosa: lo más difícil a la hora de sostener un festival reside en la  creación y pervivencia en el tiempo de su marca.

Y cuando hablo de sostener esa marca no me refiero solo a difundir su contenido entre el público o los medios. Me refiero a un trabajo mudo que casi nadie conoce, entre otras razones porque solo es posible hacerlo si uno pisa la trastienda de un certamen de este tipo. Es un trabajo arduo, muy largo, que a veces conlleva años de esfuerzos persistiendo para convencer a distribuidores y creadores de que tu festival es el lugar adecuado para presentar sus obras. Es un trabajo que implica, sobre todo, confianza. E insisto, no se gana en cuatro tardes. Me consta que, tanto en Cinema Jove como en La Mostra se ha estado realizando este trabajo durante estos últimos años. Y aquí surge mi duda.

El próximo año Cinema Jove y La Mostra cumplen 40 años de vida. Cuatro décadas. Quizá valdría la pena, antes de tirar por una senda desconocida, pararse a considerar si, por aquello de cambiar, no se puede terminar con ese trabajo. No quiero cuestionar el desenlace, solo lanzar una reflexión ante la posibilidad de que una salida improvisada al dilema nos pueda llevar al mismo callejón de siempre.

Y es que, a la vuelta del siguiente ciclo electoral, el que sea (no hay una única opción), si las cosas no se planean bien, quizá nos encontremos con que hay que deshacer otra vez el nuevo camino emprendido (como ya sucedió) y colocarnos, de nuevo (destino fatal de los valencianos), en el punto de salida.

Y puede que sea ahí, en ese eterno regreso al principio, donde residan algunos de nuestros males y el mayor escollo a ese crecimiento real tan deseado.

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