MAITE IBAÑEZ: Desde hace unas semanas estamos asistiendo a una serie de pactos donde la Cultura se convierte en moneda de cambio para repartir la entrada en el poder de la extrema derecha, gracias a los acuerdos con el del PP en ayuntamientos y comunidades autónomas. Unas acciones que exponen algunas respuestas como la censura a la obra Orlando de Virginia Woolf, la eliminación en un cine de verano de la última película de animación de Buzz Lightyear por el beso de dos mujeres o la retirada de la obra de Lope de Vega, La Villana de Getafe, por sus insinuaciones sexuales.
Comprobamos esta estela en lugares como Burgos, Guadalajara, Valladolid, Castilla y León o la sonada entrada en la Comunidad Valenciana. Algunos medios ya hablan de guerra cultural, donde se mezcla el estupor con las respuestas retrógradas hacia la labor de tantos profesionales.
Trabajar en cultura es una forma de vida, que implica entender sus procesos creativos, la conexión con el espectador o las gestiones con frecuencia alejadas de la estabilidad laboral. Unos pasos que nos llevan a compartir esas múltiples miradas que nos abren el mundo. Algo que queda muy lejos del escenario lamentable que presenta una sintomatología pueril y pone en primera línea a toreros con visiones sesgadas de la realidad.
Esta situación nos lleva a recordar aquella pregunta importada de las películas americanas en las celebraciones de Halloween: ¿Truco o trato? Podría ser el resumen del momento. Un trato que circula en las reuniones de la derecha rancia, que reparten competencias en un plis plas, y abren las puertas para liderar la Cultura en la Generalitat Valenciana sin ninguna media conocida. Y también los trucos, aquellos que con una maniobra electoralista quieren hacer desaparecer el verdadero objetivo, el que demuestra que es una cartera menor. Los que pretenden hacer olvidar las afirmaciones del candidato del PP, cuando propuso en una entrevista reducir algunos ministerios como el de Igualdad o el de Cultura. “No puedo callarme ante una política que no me gusta y no creo, si hay políticas, ministerios y actitudes que han sido negativos y no han sido útiles a los españoles, mi deber es decirlo y cambiarlo”, afirmaba.
Una postura que queda lejos de representantes como Carmen Alborch o José Guirao que sí defendieron la Cultura. O desde el trabajo actual de Miquel Iceta, avanzando en el Estatuto del Artista, el Bono Cultural Joven, las becas o el apoyo a las industrias culturales.
Porque en los ministerios, los pueblos y ciudades no hay truco o trato. Frente a estas maniobras de cinismo yo me quedo con la honestidad. Los creadores, gestores públicos y espectadores no se merecen este descrédito. Por eso la cultura será abierta y diversa, o no será.