SUSANA FORTES: No hacía viento, pero las copas de los árboles se movían a la altura de los balcones. Era un día entre semana como tantos, miércoles o jueves, no recuerdo. Lo que sí sé es que era abril y mediodía. Había quedado con unos amigos gallegos en un bar del Ensanche para enseñarles la ciudad. Hacer de guía es una cosa que no sé me da muy bien que digamos, porque con las ciudades tiendo a establecer una relación personal que tiene poco que ver con los monumentos históricos y esas cosas. Por el contrario me gusta enseñar mi barrio preferido, mi librería, mi restaurante favorito, mi rincón del río… Propuse alquilar unas bicis y les encantó la idea. Estaban maravillados de poder recorrer Valencia pedaleando tranquilamente por un carril sin jugarse la vida. Como siempre voy falta de tiempo, aproveché el recorrido para dejar un sobre en correos y encargar pasta fresca en un local del Mercado de Colón. En la calle había una luz de seda como una túnica de Dior. Nos paramos a tomar el aperitivo en una terraza de Ruzzafa. Olía a tilos. La gente hablaba bajo los árboles. Comentaban lo último de la campaña electoral, miraba el móvil, leía el periódico…. “Qué fácil parece vivir en esta ciudad”- dijo mi amigo- “es como si tuvieras la felicidad al alcance de la mano”. Esta es una sensación que tienen muchos forasteros que nos visitan. Ya sé que no es real, que tenemos problemas muy serios y urgentes. Grandes desigualdades entre barrios, por ejemplo. Pero también es verdad que de un tiempo a esta parte la ciudad ha recuperado su cara más amable y seductora, su aire de lugar vivo, acogedor y apetecible como Copenhague o Amsterdam en versión mediterránea. En eso algo ha tenido que ver su alcalde, Joan Ribó, un tipo tranquilo, al que no se le inflama la vena del cuello en los mítines pero que ha hecho su apuesta por una ciudad sostenible y de ahí no lo sacas. Costará conseguirlo, desde luego. En muchas ocasiones tendrá el viento de la opinión pública en contra, porque la ciudadanía a veces tarda en darse cuenta de lo que vale un peine. Le cuesta relacionar la falta de aire con el rugido del tráfico. La punzada traicionera en un costado con el cambio climático. La mejor consigna de la campaña electoral se la escuché a un líder ecologista francés, ex ministro de Macrón que nos visitó hace poco. Nicolás Hulot dijo “Tenemos que combinar el llegar a fin de mes con evitar el fin del mundo”. Ni más ni menos. Lastima que no juegue en nuestra liga. Yo personalmente le votaría. Mis amigos y yo comimos al sol, ensalada de rúcula, queso fresco y pan de sésamo hablamos del futuro, nos reímos, recorrimos el cauce del río a pedaladas rápidas, nos tumbamos agotados en la hierba bajo esos árboles barrigudos que hay a la altura del puente del Real y yo tomé cuatro notas para escribir esta columna. Hacía tiempo que no tenía esa sensación cotidiana de esplendor en hierba. Algunos días Valencia es así.