ANDREA MOLINER: “Para viajar lejos no hay mejor nave que un libro”
Emily Dickinson
Con el verso de la gran autora de Massachussets revoloteando en mi cabeza cruzo la verja de los Jardines del Real una vez más, un día más, un año más. Lo hago relativamente tarde, un uno de mayo. Las circunstancias laborales mandan y en ocasiones una no puede escapar de ellas, por mucho que me guste empaparme las manos y las pupilas de todos aquellos libros expuestos y bien presentados para la ocasión. Como si de una presentación en sociedad se tratara. Aunque si lo pensamos bien la cosa va de eso, de celebrar y de dejar claro la envergadura y el potente músculo librero y editorial valenciano.
Me dejo guiar, despacio, entre la gente (menos que otros días de feria según me han dicho) cargada con las bolsas oficiales del evento. Alzo la vista, el cartel de Laura Pérez me devuelve las palabras de Dickinson, pero también las pinceladas de Joaquín Sorolla, sin duda, el gran homenajeado en la presente edición. Simplemente precioso. Camino, tranquila, observando las novedades de Club Editor en la caseta de la Librería del Puerto, los coloridos “Anagramas” en Primado, los cómics en Bangarang y los best sellers en Imperio. Acaricio con deleite las portadas de Impedimenta en Gaia, converso con mis queridas excompañeras de La Casa del Libro, aplaudo la selección de Minúscula de Ramón Llull, intento abrirme paso entre la multitud para curiosear el último grito en juvenil en Galeradas, rescato el recuerdo de un libro vendido en Barlin, pienso en la de tiempo que hace que no piso Benimaclet delante de La Rossa y de La Repartidora o sonrío pletóricamente al observar todo el catálogo de Cosecha Roja. Los rituales mandan y una servidora, como buena sibarita de las historias impresas, no podía ultrajar de forma vil y desidiosa dicha tradición. Aunque un ejército de mosquitos me asaltase en el ecuador de mi tranquilo andar y a pesar de que el calor hiciese aún más verídica la típica frase “la realidad supera a la ficción” (en este caso a la climática con toques orwellianos).
Cada edición paso menos desapercibida que el anterior, ya que de un tiempo a esta parte el círculo de conocidos y amistades dentro de este mundillo es cada vez más amplio. Y aun así, sigo sintiéndome una hormiguita al lado libreras y libreros curtidos en años de experiencia y muchas horas de duro trabajo. Así como ante escritores de la talla de Hector Abad Facioline (que ganas me entraron de comentarle lo mucho que me gustó la adaptación de su libro más famoso, con Javier Cámara dando vida a su padre) Paco Cerdà (un conocido de esta revista por partida doble) o Elizabeth Duval (que, aunque no firmara ni presentara su último libro ese día, siempre me quedará el recuerdo de haberla visto un instante en la improvisada terraza, entre perritos calientes y cervezas).
Sin carpa dedicada a las editoriales independientes valencianas – la cual extrañé enormemente – con la exposición dedicada al mundo de la ilustración colocada a lo largo y ancho del paseo central – algo que, a mi juicio, deslució bastante– y con los abusivos precios del bar de Viveros – otra tradición que se mantiene- la Feria del Libro de este 2023 me dejó, a pesar de ello, con buen sabor de boca. Llevándome el abrazo, el reencuentro y las palabras de algunos de los mejores profesionales del libro en esta nuestra ciudad. Además de a Luci Romero, Ottessa Mosfegh y a Donal Ryan para hacer más amenas mis noches lectoras cada vez más cálidas.