WILL SAEZ: Gracias a la Turia he podido disfrutar de un gran número de espectáculos, pero no me imaginaba que, algún día, acabaría asistiendo a un show de lucha libre y escribiendo unas líneas sobre ello. En esta publicación solo parece haber sitio para la cultura (lo cual nos gusta), y es que no definiría a la lucha libre como cultura, pero, si tuviera que hacerlo, no sabría, dentro de ella, en qué apartado encasillarla. Estaría en algún punto intermedio, como un show dedicado a nosotros: el pueblo llano. Una mezcla de espectáculo cultural, por su parte teatral y artística, y de pasatiempo hortera, al ver a dos hombres adultos con ropajes de colorines llamativos fingiendo que se pegan. En fin, sea como sea, esta semana escribiré de lucha libre, y punto. El tema es que los luchadores de la WWE americana volvían a Valencia, en su loca gira por Europa, y nunca había asistido a un espectáculo similar en vivo, por lo que era una oportunidad única. Recuerdo hace 10 años, cuando comenzaba a ser habitual que Cena, Batista y compañía visitaran el “cap i casal”, pero yo con verlos en la tele alguna vez tenía
suficiente, y mi presupuesto era limitado, por lo que se quedaron ellos sin verme a mí en directo. Sin embargo, ahora había un añadido, y es que el interés periodístico que suscitaba el evento era grande y, no nos vamos a engañar, yo iba acreditado de gorra, así que eso ayudaba bastante. Sea como fuere, las encargadas de prensa de la organización nos trataron de diez, y el sábado 6 por la mañana nos invitaron a una rueda de prensa en la que podríamos preguntarle todo lo que quisiéramos a los luchadores Dolph Ziggler y Naomi. La cosa empezaba cojonuda, porque esta última se encontraba en paradero desconocido, y no apareció en toda la velada. Sin embargo, el cachondo mental de Ziggler hizo las delicias de los compañeros de oficio, haciéndonos partícipes de todas las preguntas que le hacíamos, y demostrando un don de gentes que, aunque sea sorprendente, resulta muy raro ver en personalidades del show business. El tío, que desde que era pequeño sabía que se dedicaría a esto, me comentó en el cara a cara sus próximos proyectos cinematográficos y, a pesar de que lo pone en IMDb, no quiso confirmarme ni negarme que tuvo un pequeño papel como extra en esa genialidad de los Farrelly: Amor ciego (2001). Un crack de manual.
A las 8 de la tarde, comenzó el espectáculo. La plaza de toros estaba llena de fanáticos de este peculiar entretenimiento. La mayoría niños, y algunos otros más creciditos. Los de prensa estábamos muy cerca de la entrada de los luchadores, desde donde pudimos ver cómo en poco más de 10 minutos despachaban a mi colega Dolph sin demasiado esfuerzo. 10 minutos de trabajo y, seguramente, un sueldo de vértigo. No os mentiré, estoy estudiando ya los requisitos para solicitar mi entrada inmediata a la WWE. En cuanto a los otros combates, unas peleas estaban mejor coreografiadas que otras, pero la diversión llegó con un combate de tres equipos de dos luchadores, que le pusieron un toque más Laurel y Hardy a la velada. Cuando un combate terminaba, los niños corrían a nuestra zona para ver a los luchadores salir, ayudándose de golpes y pisotones al más puro estilo de sus héroes del wrestling. Estaban bien enseñados, pero eran un poco cabroncetes. Y, para colmo, en el tramo final de la noche los padres ya se venían arriba y, creyéndose el hombre sin sombra, aupaban a hombros a sus retoños para jolgorio de los que estábamos situados a sus espaldas. Sin embargo, y aunque las dos horas y media de show se tornaron demasiado largas, fue una experiencia curiosa que tuvo su tronchante colofón cuando Randy Orton se envolvió con la bandera rojigualda, desatando los aplausos y vítores de un público que habría enorgullecido a los mandamases de la Calle Génova. Pero es de bien nacido ser agradecido, por lo que, más allá de estas anecdotillas, me alegro de haber asistido a un espectáculo de estas características. Por tanto, en esta ocasión, parezco haber fallado a los principios de esta revista, al escribir sobre un tema tan poco refinado. Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir. Hay que andar con pies de plomo, ya que todo apunta a que, mientras no me llamen de la solicitud que he echado en la organización de estos yankees pendencieros seguiré por aquí incordiando. ¡Qué remedio!