El editor chandleriano
ABELARDO MUÑOZ:Mitómano, ilustrado, fetichista y apasionado por los viejos fantasmas, el halo de las glorias vintage y por la modernidad rabiosa; la potencia de todo lo cinético. Solo había que entrar en su despacho de la redacción para darse cuenta de quién era ese periodista calvo que escribía compulsivamente sin parar escondiendo sus gafas tras el ordenador. Un periodista y editor tímido en apariencia pero con una voluntad de hierro para estar siempre al cabo de la calle y convertir una cartelera de cine en una revista esencial de la cultura popular en la ciudad de Valencia y alrededores. Recojo mucha información, me dijo una vez. Y ahí tenías una mesa de trabajo con pilas de libros, malos y buenos, los primeros los enviaban las editoriales, los segundos los compraba él; comunicados de ruedas de prensa, revistas y otros objetos. Autenticas torres de papel. Y las paredes forradas de volúmenes de cine, y carteles, calendarios, fotos de chicas y de chicos. La redacción que los hermanos Marx hubieran envidiado para alguna de sus películas.
La cofradía de cinéfilos parecía palpitar en aquella estancia siempre repleta de iconos de la cultura. Tarde un tiempo en darme cuenta que la redacción de la TURIA era lo más parecido a la de una autentica revista. Con la deriva fofa y adormecida del magro periodismo local, un diario presuntamente de izquierdas y otro presuntamente de derechas, que en realidad se intercambiaban los papeles, esa redacción fue siempre otra cosa. Un remanso de periodismo y articulismo critico que aguantaba los avatares del tiempo. Rechazando ser comprada por un conglomerado mediático poderoso, la revista consiguió reunir los valores de la prensa satírica y politizada, tan cercana y arraigada en la ciudad antes de la dictadura y en la transición. Un sentido del humor que ha desaparecido. Desde La Traca de Carceller, el periodista fusilado en Paterna, hasta el cuento del domingo inventado por Blasco Ibáñez y aterrizando en el gran Por Favor de gran Manolo Vázquez Montalban y su banda de rojos y rojas. La cartelera devino revista de cultura empezando por el cine. Vicente, su director, bien podía aplicarse esa frase de Chandler: A mis mejores amigos no los he conocido nunca, que tiene un sentido grouchiano. Pues los mejores amigos de Vicente eran las películas y sus actores. Desde Bogart hasta Matt Dillon, de la Garbo a Angela Molina. Carteles, estrenos, festivales, glamur a raudales, información literaria y gráfica orquestada desde esa redacción de los hermanos Marx en apariencia caótica pero en realidad poseedora de una disciplina estajanovista. Algunos compañeros se dieron las de Villadiego pero Vicente siguió al pie del cañón. El aventurero chandleriano que es Vicente Vergara, siempre solo ante el peligro, como Gary Cooper, no cejó ni un solo momento en promocionar la industria del entretenimiento. Solo un ictus le ha hecho parar. Así que ahí tenías en todo estos años al director Vergara, con su sonrisa tímida e irónica y un hablar con los ojos. Permitiendo a sus escritores libertad de movimientos y de pluma. Yo me he visto como un Guy de Maupassant, un forzado de la pluma a tanto la pieza, y a mi editor como del New Yorker. Un periodista chandleriano, como su detective Marlowe, que metía la nariz en todas las pomadas sin vender su alma al diablo. Un hombre que convirtió esta publicación en un lujo y una oportunidad para los escritores emergentes, de cine y de cualquier género.