CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: No se trata de poner en valor el talento de nadie desmereciendo la habilidad ajena, pero siempre que se habla de los grandes trovadores folk rock norteamericanos de las últimas dos décadas se suele mencionar a Bill Callahan, Will Oldham, Damien Jurado o M. Ward, pero rara vez a Will Johnson. Casi siempre queda en segundo plano. Quizá su estilo sea más austero, árido incluso cuando nos visita en solitario (por motivos presupuestarios), a diferencia de lo que recientemente han expuesto los dos últimos del cuarteto que hemos mencionado, cuyos conciertos acústicos brindan mayor cromatismo, pero nadie podrá argumentar que su repertorio exhale menos hondura ni canciones memorables que el de aquellos.
Hacía doce años que no visitaba nuestra ciudad, y él mismo se encargó de recordárnoslo casi al final de su set, antes de avisarnos de que no iba a hacer el numerito de desaparecer del escenario para volver a por el bis de rigor: “estoy demasiado mayor para estas mierdas”, dijo. Y se agradeció, porque no hacía ninguna falta. Una silla, guitarra acústica y su gorra de casi siempre, calada prácticamente hasta las cejas. No hizo falta más para sumergirnos en un repertorio sin apenas concesiones, tanto por esos rasgueos básicos de guitarra como por unas melodías más mántricas que esbeltas, sin aprecio alguno por los instantes más pop de su argumentario (que también los tiene, a patadas), con algún recuerdo al disco que hizo junto al malogrado Jason Molina. Un concierto enjuto como el esparto, pero también de una genuina espiritualidad, de lo más sanadora. Veraz y sentido. Pocos consiguen tanto con tan poco.