PEDRO URIS. Jia Zhangke es un cineasta chino nacido en 1970 que ya cuenta con una larga filmografía desde que debutara a mediados de los noventa, aunque resulta casi un desconocido para el aficionado, incluso para el cinéfilo un punto exigente. Varias de sus películas han tenido una buena trayectoria en prestigiosos festivales, galardones incluidos (Cannes, Venecia, San Sebastián), y luego se han distribuido entre nosotros en circuitos especializados o minoritarios (cada cual elija el calificativo que quiera): Naturaleza muerta (2006), Un toque de violencia (2013), Más allá de las montañas (2015).
La película que ahora se estrena, A la deriva (2024), proyectada en el festival de Cannes y triunfadora en nuestro festival de Valladolid, es una producción realmente singular —al menos desde un punto de vista del cine profesional—, ya que buena parte de su metraje está montado a partir de materiales rodados muchos años atrás, incluso de películas anteriores del cineasta con la misma pareja protagonista, Zhao Tao, su esposa en la vida real, y Li Zhubin: Placeres ocultos (2002) y la citada Naturaleza muerta (2006). De este modo, la película se estructura en tres episodios, uno a principios de siglo, otro asociado al éxodo que provocó la construcción de la presa de la Tres Gargantas (el escenario de la segunda película citada) y un tercero en la actualidad, durante los días de la pandemia del COVID, en la que los actores del pasado muestran, en el presente, el paso del tiempo en sus rostros, unas huellas que el cineasta utiliza para expresar el dolor de unas vidas malogradas.
Un planteamiento de este tipo hace prácticamente inviable la existencia de una trama en el sentido clásico (hay algunos diálogos que, incluso, están resueltos en off o mediante rótulos) y la película no la tiene —yo afirmaría que no hay ni rastro de argumento, porque los dos o tres movimientos que podrían sustentarlo (la separación, él no vuelve y ella va a buscarlo) no alcanzan para ello—. Ni la tiene ni tampoco lo ha pretendido el cineasta, ya que lo que le interesa es el contexto —el físico, el personal, el ético, el moral, el de toda una comunidad, el de todo un país, el de un tiempo… todos ellos—. Y la película es, exactamente, eso un «contexto» de la China del siglo XXI, algo más de dos décadas, un retrato muy apartado de las grandes cifras y los laureles de los dirigentes de ese régimen que hizo la transición de un comunismo que no era a otro que tampoco lo es. Un panorama complejo y significativo que termina transmitiendo la desolación de las vidas y las oportunidades perdidas. Toda una experiencia, la visión de esta singular película, que ningún aficionado se debería perder.