PAU VERGARA: Hay personas que no se van del todo porque dejan demasiado repartido por el mundo. En el caso de Antonio Llorens, lo que queda es un mapa entero: un mapa hecho de risas, de películas, de fiestas, de conversaciones interminables y de esa forma tan suya de estar en todas partes al mismo tiempo. Se ha ido uno de los nuestros, alguien que no solo formó parte de Cartelera Turia, sino de su ADN más profundo.
Antonio fue durante años uno de los críticos más veteranos y queridos de nuestra publicación. Uno de esos nombres que, sin hacer ruido, construyen una institución. Fue también copropietario junto a Vicent Vergara, José Vanaclocha y Antonio Vergara en los años en que la Turia era una trinchera cinéfila, una guarida para hablar y discutir de cine con pasión, café y muchas carcajadas. Su figura creció entre redactores, lectores, programadores y espectadores hasta convertirse en algo más grande que un simple crítico: Antonio era una presencia, un espíritu amable que unía y celebraba. Siempre me decía que yo era el único cineasta que había tenido en sus brazos desde la cuna. Siempre tenía una palabra graciosa.

Antonio Llorens, el distribuidor Antoni Llorens en una fiesta de los Premis Turia. Foto Archivo Turia.
Quizá por eso lo primero que cualquiera recuerda de él es su risa. Esa risa franca, generosa, capaz de desmontar asperezas y de convertir cualquier conversación en un refugio. Antonio tenía el extraño talento de contar chistes como quien respira: sin esfuerzo, sin pausa, sin repetirse nunca. Incluso en los días complicados —y hubo muchos— mantenía un humor que era casi filosófico, un modo de hacer la vida más digerible para todos los que le rodeaban.

Antonio Llorens, Helena Mayordomo y Mila Belinchón en una comida de los Premis Turia. Archivo Turia
Lo segundo que uno recuerda es su memoria. Una memoria cinematográfica que asombraba siempre, incluso a los que ya estaban acostumbrados a su erudición. Podía recitar diálogos completos de decenas de películas, especialmente de los Hermanos Marx, cuyos gags citaba con la naturalidad de quien comenta el tiempo. Para él, una frase de Groucho no era una cita: era una herramienta cotidiana, un modo de interpretar el mundo con ironía y lucidez.
Su labor como crítico nunca se limitó al papel. Fue programador de los cines Babel-Albatros, y allí también dejó huella, defendiendo películas pequeñas, joyas escondidas, rarezas que nadie veía venir. Tenía un olfato singular, una intuición afilada para aquello que merecía ser descubierto.

Antonio Llorens, Chelo, Cristina Plazas, Gema Santatecla y Rafa Maluenda. Archivo Cartelera Turia.
Pero Antonio fue, sobre todo, un embajador. El embajador de Cartelera Turia en el mundo. No había festival, mercado o sarao en el que no lo conocieran. En Cannes, en Berlín, en San Sebastián: Antonio aparecía siempre, como por arte de magia, ya en la cola del pase de la mañana, ya en una terraza improvisada por la noche, contando una anécdota, cerrando una entrevista, levantando un brindis. Llegaba el primero, se quedaba el último. Era una especie de hombre-orquesta social, un anfitrión eterno incluso lejos de casa. Muchos conocieron la Turia por él antes incluso de conocer la revista.

Antonio Llorens, Mari Luz, Antonio Vergara, Sigfrid Monleón y Vicent Vergara en la la Mostra de València de 1981. Archivo Turia.

Antonio Llorens, Vicent Vergara, Pedro Uris, Abelardo Muñoz y Paco Tortosa en los Premis Turia de 2022.Foto: Susana Godoy.
Por eso fue tan importante poder rendirle homenaje en los últimos Premis Turia. Aquella noche luminosa en la que Antonio pudo llevarse a casa el Halcón Maltés, el premio que tantas veces había celebrado en otros. Su estado de salud empezaba ya a ser delicado, pero estaba allí, rodeado de amigos, de compañeros, de su gente. Fue un momento precioso: la Turia reconociendo a uno de los suyos mientras él aún podía sonreírlo, sentirlo, disfrutarlo. Un recuerdo que hoy duele, pero que también reconforta.
Estoy convencido de que no será el último homenaje. La obra fílmica de Antonio merece un reconocimiento profundo, igual que documentales como El hombre que pudo filmar, dirigido por su inseparable amigo y compañero de crítica Pedro Uris. Su vida está llena de historias que merecen ser contadas, y el tiempo terminará poniéndolas en su sitio.

Fotograma del documental del Hombre que pudo filmar, de Pedro Uris.
Quienes convivimos con él —en redacciones, salas de cine, festivales o barras de bar— sabemos que Antonio no fue una figura cualquiera. Fue una manera de mirar el cine y de mirar la vida: con humor, con memoria, con curiosidad, con una alegría que no era banal sino sabia.
Y aunque se haya ido, deja algo que no se pierde: esa sensación cálida de que en cualquier momento aparecerá en la esquina del festival, con una frase ingeniosa, un recuerdo de los Marx o una carcajada inesperada.
Para despedirnos de él, nada mejor que una línea de su adoradísimo Groucho Marx, que sin duda él habría dicho antes que nosotros:
«He tenido serias dudas sobre la vida antes de la muerte. Yo creo en la muerte durante la vida»
Y «perdone que no me levante» su epitafio.
Gracias, Antonio, por todos los que nos regalaste.
En nombre de Cartelera Turia, Pau, Vicente, Mila y todos los amigos de la publicación.

