Un año después, la cifra sigue doliendo como una herida abierta: 229 muertos. Doscientas veintinueve vidas segadas por la DANA de octubre, familias enteras destrozadas, barrios arrasados, huertos convertidos en cementerios de lodo y silencio. Y, sin embargo, ningún responsable. Ni político, ni técnico, ni institucional.
El relato oficial se ha acomodado en la palabra “tragedia”, como si el cielo fuera el único culpable. Pero no fue el cielo quien abandonó a las víctimas. No fue el cielo quien no activó los protocolos de emergencia a tiempo. No fue el cielo quien decidió cenar mientras el agua se tragaba carreteras y residencias. Fue la Generalitat, fue una cadena de negligencias políticas y administrativas que nadie ha querido asumir.
Porque sí, el cambio climático agrava los temporales, pero lo que mata no es la lluvia, sino la imprevisión, la desidia y el abandono. En cada nombre de esa lista interminable hay una historia que no se borrará jamás, y también una responsabilidad que sigue sin exigirse.
Mientras tanto, los gobiernos reparten culpas, los partidos hacen cálculos y las familias siguen esperando verdad, justicia y reparación. Nadie responde. Nadie dimite. Nadie se disculpa.
¿Dónde estaba la Generalitat cuando las alarmas no sonaron y los canales se desbordaron sin aviso? ¿Quién supervisó las infraestructuras que cedieron como si fueran de papel? ¿Quién decidió que la prioridad aquel día era una comida y no un gabinete de crisis?
No basta con homenajes ni minutos de silencio. No basta con banderas a media asta. El silencio institucional es ya una forma de impunidad. La memoria de las víctimas exige responsabilidades.
Porque 229 muertos no son una estadística: son el precio de una administración que se protege a sí misma antes que a su gente. Y no habrá paz política ni moral hasta que se asuma la verdad.
Mazón es el responsable político y todo el peso de la ley caerá sobre él. Por acción, por omisión y por cobardía. Por permitir que el miedo al coste político pese más que la vida de sus ciudadanos.
Un año después, el barro se ha secado, pero la vergüenza no. Hasta que haya justicia, no habrá reconciliación posible.


