Cartelera Turia

ESPÍAS CON CHURROS: ASÍ ES EL CENTRO, LA SERIE ESPAÑOLA QUE DESAFÍA AL MITO BOND

VERÓNICA PUIG: James Bond podía desayunar fresas con champagne con cargo al MI6. Vicente Alfaro, alias Michelin, prefiere unos churros bien mojados en chocolate. Y ahí empieza la diferencia: nada de glamur impostado, ni Aston Martin brillando bajo el sol londinense, ni cócteles Martini en copas de cristal. El Centro —la nueva serie original de Movistar Plus+ producida por Fonte Films— arranca desde la cotidianidad más reconocible para llevarnos de lleno a un terreno pocas veces explorado en la ficción española: el espionaje desde dentro, sin épica, sin adornos, con todas las arrugas y agotamientos que arrastra una vida entregada a servir en la sombra.

El protagonista, Alfaro, es jefe de contrainteligencia rusa en el CNI. Lo interpreta un Juan Diego Botto en estado de gracia: seco, contenido, con ese aire de cansancio que no necesita palabras para expresarse. Botto carga sobre sus hombros el peso de un personaje crepuscular, un espía que parece poder romperse en cualquier momento, pero que uno intuye incapaz de abandonar su deber. Un Quijote moderno con pinzamientos, como lo define él mismo, dispuesto a arrastrar sus huesos hasta el final si con ello protege lo que queda de certezas en este país desajustado.

La vida secreta de un espía español

“Era importante no hacer de Alfaro un tipo que ganara siempre”, explica Botto. Y lo consigue. Michelin cocina, lleva el tupper a la oficina, prepara cruasanes para sus compañeros. Vive con un pie dentro del secreto y otro fuera, en una vida familiar carcomida por las ausencias y la confidencialidad obligada. No es un héroe, ni pretende serlo: es alguien reconocible, con contradicciones, con problemas de pareja, con estrés acumulado. Esa humanidad lo convierte en un personaje magnético.

El reparto coral que lo rodea confirma la apuesta de la serie: Israel Elejalde, Clara Segura, Nacho Sánchez, Elisabet Casanovas, Elena Martín Gimeno, Tristán Ulloa… Nombres que suman talento y refuerzan la idea de que El Centro es, sobre todo, un relato coral donde cada agente es un engranaje con su propia carga vital.

Espías de carne y hueso

David Moreno, creador, y David Ulloa, director, tuvieron claro desde el inicio que no querían hacer una ficción “peliculera”. Nada de gadgets imposibles ni villanos de opereta. El acceso a modelos reales del CNI, con quienes pudieron conversar —aunque siempre con límites— les permitió construir un guion verosímil, cimentado en las lógicas laborales de los servicios de inteligencia en España. “No podíamos hablar de técnicas, pero sí de hábitos, jerarquías, formas de relacionarse”, recuerda Moreno.

El resultado es un relato atravesado por la penumbra, realista hasta la médula, que coloca a los espías españoles en el centro del tablero, lejos de su representación lateral en otras ficciones. Aquí hay topos, infiltraciones, desinformación, amenazas empresariales y políticas. Pero también hay silencios en la mesa, cenas familiares incómodas y la soledad del que no puede contarle a nadie a qué se dedica.

Espías para un mundo roto

El contexto global hace el resto. La injerencia rusa, la desinformación, las corrientes autoritarias que erosionan derechos y democracias… todo resuena en la trama como un eco inmediato de la actualidad. “No hacía falta inventar nada fantasioso, basta con leer los periódicos”, apunta Botto. La serie llega en un momento en el que el espectador ya tiene asumido un marco mental: Rusia como el antagonista perenne, la manipulación como herramienta política, los consensos básicos explotando por los aires.

Pablo Isla, exconsejero delegado de Inditex y ahora productor al frente de Fonte Films, lo vio claro al leer los guiones: “La avalancha de series es enorme, por eso solo queremos entrar en proyectos de calidad. Aquí había materia prima de sobra”. Y la apuesta, a juzgar por lo mostrado, parece ganar la partida.

Michelin contra Bond

En un mundo saturado de franquicias globales, El Centro se atreve a construir un espía propio, alejado del mito Bond. Aquí no hay persecuciones imposibles ni villanos con islas privadas. Hay fatiga, hay dudas, hay humanidad. Y, quizá por eso, resulta más creíble. En tiempos de barbarie creciente, confiar en alguien como Michelin —agotado, sí, pero fiable hasta el final— puede ser el último consuelo.

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