Cartelera Turia

ÉTICA DE LA CATÁSTROFE

ENRIQUE HERRERAS: Ya hace un año que se produjo lo que se conoce como la Dana de Valencia. El tema ha sido tratado mediática, solidaria, política y judicialmente. Pero lo particular del trágico acontecimiento es que lo político, o mejor, la partidización empezó, inundó, demasiado pronto el ambiente. Y lo hizo de la peor manera, con la intervención de Feijóo al día siguiente del fatídico 29 de octubre, dando la culpa, sin ton ni son, a la AEMET. Cuando aún estábamos en shock, ante la gravedad de tantas muertes, lo hizo con una miserable tacticismo, en defensa del presidente Mazón, porque ya se evidenciaba su nefasta actuación o desaparición (en el tristemente conocido Ventorro) cuando más se necesitaba. Pero también hay otro modo de hablar de estos acontecimientos, el que tiene que ver con lo que se denomina ética de las catástrofes. Esta ética se enfoca tanto en la preparación previa y la prevención como en la respuesta durante y después del desastre.

No obstante, existe una tradición que reflexiona sobre las urgencias, emergencias y catástrofes, que tienen un punto en común, dado que se trata de situaciones “extraordinarias”. En la situación de urgencia lo prioritario es proteger un valor que está gravemente amenazado, por lo general la vida.

Ante la desproporción entre las necesidades y los recursos disponibles, o la falta de previsión, entonces la emergencia se convierte en catástrofe. Lo que plantea problemas a la ética no son las tragedias en sí, sino las “situaciones trágicas”. Es lo que ocurrió en la Dana. El sistema preventivo no estaba preparado para las situaciones excepcionales o trágicas. Ni las personas encargadas, ni la unidad de emergencias, creada por el Botànic, que Vox borró del mapa.

Todo lo que puede llamarse trágico se mueve en la esfera de los valores y si la sociedad, y no sólo la política, rompe con los valores, todo está permitido, como decía Iván Karamazov, el personaje de Dostoievski.  Y hoy está en crisis no sólo el valor de la verdad, sino también el del Estado de justicia, que así se debiera de denominarse a nuestras sociedades, más que de bienestar.  Lo justo es estar preparados para lo imprevisible (aunque ya contamos con muchas herramientas para prevenir) y consensuar asuntos que queden fiera del juego partidista, porque está en peligro el bien común. Los esfuerzos destinados a la reducción de riesgos de desastres requieren respuestas coordinadas entre distintos niveles. Consensos que se rompen, o no se consiguen, dado que vivimos en estado de electoral los 365 días del año (un día más los años bisiestos).

La Dana ha puesto de relieve una vez más la “constitutiva vulnerabilidad”, por emplear un término de Habermas, o de “fragilidad” por utilizar el de M. Nussbaum, de la naturaleza humana. Ante eso, el pueblo puede ayudar al pueblo (como hizo el montón de jóvenes solidarios), pero quien salva al pueblo son los organismos públicos. Porque esta catástrofe es una de las múltuples antesalas del cambio climático.  Si bien se dijo en su momento que la de la Covid-19 era más bien una sindemia, es decir, una situación en la que concurren dos o más patologías (médicas o sociales) de forma tal que sus efectos son mucho más destructivos, la Dana, según un amigo meteorólogo, fue un fenómeno muy extraordinario (dentro, eso s,í de un país que, como cantaba Raimon, “la pluja no sap ploure”), pero cada vez puede ser más asiduo (y los barrancos siguen, y la política inmobiliaria de Viva la Virgen…)

Y lo más grave de todo, los errores de la democracia -por ejemplo, la mala gestión y la mala oposición del PP están alimentando a Vox- no se está solucionando con más democracia, sino con un renacido interés autoritario. Nuevo y viejo a la vez.  Y siempre irracional.

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