REDACCIÓN: En el universo de Rainer Werner Fassbinder, el amor nunca es una historia romántica: es una guerra fría de emociones, una partida de ajedrez entre deseo y poder. Pocas obras lo demuestran con tanta precisión como Las amargas lágrimas de Petra von Kant, estrenada en 1971 y convertida en película un año después. Ahora, más de medio siglo después, este clásico regresa al escenario del Teatro Olympia de València, bajo la dirección de Rakel Camacho, con Ana Torrent como protagonista. Y lo hace como lo haría la propia Petra: envuelta en seda, pero con el alma hecha jirones.
Fassbinder escribió la obra durante un vuelo entre Berlín y Los Ángeles, en un arranque de lucidez feroz que condensó sus obsesiones más íntimas: el amor como forma de dominación, la dependencia afectiva, la soledad que se esconde tras el éxito. La historia es aparentemente sencilla: Petra von Kant, una diseñadora de moda célebre y egocéntrica, acaba de separarse de su segundo marido. Vive recluida en su estudio, rodeada de maniquíes, telas y una secretaria muda —Marlene— que la asiste con devoción sumisa. En ese universo de lujo y control aparece Karin, una joven de origen humilde, ambiciosa y carismática, que despierta en Petra un deseo absoluto. Fascinada por su juventud y su aparente inocencia, Petra decide convertirla en modelo… y, sin darse cuenta, también en su obsesión.
La relación entre ambas se convierte en una coreografía cruel de manipulación y deseo. Karin se deja querer mientras aprende a dominar; Petra, cegada por el amor, se hunde en la desesperación más pura. Fassbinder disecciona ese vínculo como un entomólogo que observa a sus criaturas atrapadas en el cristal: sin compasión, pero con una belleza plástica que hipnotiza. Cada diálogo es una estocada. Cada silencio, una confesión.
La adaptación cinematográfica de 1972, con Margit Carstensen en el papel de Petra y Irm Hermann como Marlene, es una de las películas más estilizadas y perturbadoras del cine alemán. Rodada íntegramente en una habitación, la cinta es un ejercicio de composición visual y emocional donde la cámara parece diseccionar los sentimientos con bisturí. Fassbinder convierte los objetos —un maniquí, una copa de vino, un mechón de pelo— en testigos del derrumbe interior de su protagonista. En su estética hay ecos de Douglas Sirk, del melodrama hollywoodense que el alemán adoraba y pervertía, pero también del teatro de Brecht y de la pintura barroca: belleza y crueldad, artificio y verdad.
La nueva puesta en escena de Rakel Camacho traslada ese universo claustrofóbico al presente sin traicionar su esencia. Su dirección enfatiza los silencios, la tensión corporal, la mirada como arma y como herida. Ana Torrent ofrece una interpretación contenida y desgarradora, más sugerida que explícita, donde la fragilidad y la soberbia se confunden hasta volverse inseparables. El espacio escénico —mitad estudio de moda, mitad cárcel emocional— refuerza la idea de que el lujo no libera, sino que encierra.
A través de Petra y Karin, Fassbinder nos habla del narcisismo contemporáneo, del deseo de ser amado no por quien somos, sino por la imagen que proyectamos. Nos habla de la necesidad —a veces tóxica— de ser vistos, validados, admirados. Y también del precio que se paga cuando el amor deja de ser una promesa y se convierte en un espejo donde solo queda reflejada la soledad.
Las amargas lágrimas de Petra von Kant sigue siendo, cincuenta años después, una pieza adelantada a su tiempo: una tragedia íntima sobre el ego y la dependencia, pero también una obra sobre la emancipación femenina, la búsqueda de identidad y el dolor de saberse prisionera del propio deseo. En el Teatro Olympia, el texto de Fassbinder revive con toda su fuerza poética, su ironía devastadora y su intensidad emocional.
Porque si algo nos enseñó Fassbinder es que el amor, cuando se mira de frente, siempre tiene un precio. Y Petra lo paga con lágrimas. Amargas, sí. Pero bellísimas.