ANA NOGUERA: Ha pasado un año del suceso más terrible que ha vivido la Comunitat Valenciana en su historia: la DANA del 29 de octubre de 2024.
Desde entonces, el tiempo parece haber quedado congelado en el corazón de muchas familias, en los restos que todavía se ven en muchas cunetas, en el deterioro de carreteras e infraestructuras, en los negocios cerrados, ascensores todavía por reparar, en calles que aún conservan un barro impregnado en las aceras, o en el color mortecino de los árboles. Muchos de los pueblos afectados intentan volver a su normalidad, pero esta cicatriz no se puede olvidar.
Desde entonces, se han realizado muchas inversiones para reparar carreteras, trenes, líneas de metros, colegios, … que nunca hubiéramos imaginado que la fuerza del agua podría arrasar como si estuvieran hechos de plastilina. Se han recibido muchas ayudas para volver a abrir negocios, para comprar de nuevo un coche, para volver a la universidad o al trabajo. El coste de las reparaciones es infinitamente mayor que la prevención ante las catástrofes. El cambio climático ya no trae “gotas frías” como las de antaño: nos arrastra a fenómenos extremos tan destructivos que los humanos parecemos marionetas en manos del enfado de la Tierra. Sin embargo, hoy nos gobiernan negacionistas del cambio climático como de la violencia de género, provocando una involución ignorante sin precedentes.
Desde entonces, cada vez que llueve, el miedo se incrusta en nuestros estómagos, los ojos se llenan de lágrimas, se nos detienen las horas, y miramos al cielo con un temor irrefrenable. Así ocurrió hace tan solo un mes, cuando volvimos a sufrir una nueva Dana en muchos pueblos de nuestra Comunidad. Sin embargo, hay una enorme diferencia: no ha habido víctimas.
Resulta inevitable que se produzcan daños materiales cuantiosos, pero todo ello es reparable. Sin embargo, lo que sí se puede evitar es que nadie fallezca. Así ocurrió cuando en octubre de este año 2025, se activó la alarma a los móviles 12 horas antes y se tomaron las precauciones necesarias como cerrar colegios y universidades, advertir a la ciudadanía que no cogiera los vehículos, activar el teletrabajo y preparar de inmediato al personal especializado en catástrofes.

Esa es la gran y esencial diferencia. El 29 de octubre de 2024, hace un año, fallecieron 228 personas. Una tragedia humana que no hay palabras para describir. Por esa razón, los familiares de las víctimas junto a muchas personas se manifiestan todos los días 29 de cada mes para protestar contra el presidente Carlos Mazón.
Él no estuvo cumpliendo con su obligación en aquellos momentos. Aún no sabemos bien qué hizo, por qué no atendió las llamadas, por qué no acudió al centro de emergencias, por qué no autorizó la alarma, por qué no actuó como presidente de la Generalitat. Todavía no sabemos por qué sigue mintiendo e inventando excusas y falsedades; todavía no entendemos por qué se mantiene al frente del gobierno en vez de dimitir; todavía nadie en el PP explica por qué Carlos Mazón no asume su responsabilidad. Todavía nadie entiende cómo Mazón puede dormir tranquilo, sonreír, asistir a actos, saludar y mandar besos a sus colegas del PP.
Mientras la gente protesta con el alma partida, sin poder superar las muertes de sus familiares que pudieron haberse evitado tan solo con un aviso a los móviles, Carlos Mazón sigue adelante al frente del gobierno, negocia presupuestos con Vox, y vende nuestra cultura y nuestros derechos a cambio de una vergonzosa resistencia.
La dimisión de Carlos Mazón no devolverá las vidas arrebatadas pero dará un poco de justicia a los familiares.


