Cartelera Turia

(4) LOS TORTUGA, de Belén Funes. PARA SIEMPRE

JAVIER BERGANZA: Viernes. Tres y cuarto de la tarde. Hace calor. Bastante. Estamos en esa época en la que a estas horas te ahogas y en cuanto se esconde el sol hace frío. Una mierda de época, vamos. Me voy al cine habiendo elegido la película un poco al azar. Como quien elije un cupón de la ONCE para ver si tiene suerte. «Los Tortuga», se llama. «Vaya título», pienso. «Bueno, es Belén Funes. Me gustó su anterior peli.», sigo pensando. Y me voy al cine sabiendo que de camino voy a sudar y que la chaqueta que llevo para después me molesta. Y escucho música de camino. Cambio mucho de canción porque tengo una lista un poco rara. Hay muchas canciones que no me gustan pero siguen estando ahí, por si acaso. Y voy pensando en un proyecto acabado y en otro por empezar. Y llego a la sala y todo se queda en silencio. Ya no hace calor, ya no hay música, ya no hay curro. El mundo se para detrás de la puerta. Es la magia del cine.

 La peli arranca con una recogida de aceitunas. El vareo de los olivos. El mover las mantas. Cargar los capazos. Conozco ese trabajo. Mi padre tiene olivos. Una familia de Jaén trabaja el campo. Anabel (Elvira Lara) nos guía. Es el centro de esta historia. Está con sus tios, sus primos, sus abuelos. Ayuda a recoger y cargar como una más. Lo ha hecho muchas veces. Solo que este año hay una diferencia. Ahora ese campo, esas olivas, ese aceite, es suyo. Su padre ha fallecido en un accidente de coche. Y ahora, huérfana de padre, continua con la tradición familiar. Tratando de lidiar con un duelo imposible. Apoyándose en su familia y en sus tradiciones antiguas. Respeto por la virgen, por la figura del muerto. Silencio. Abrazos.

 Los Tortuga habla sobre las diferencias y las similitudes. Sobre cómo llevar un duelo desde dos espacios opuestos pero que conviven. Delia (Antonia Zegers), la madre de Anabel, no quiere escucha siquiera el nombre de su difunto marido. Decide obviar lo que ha pasado, hacer como si nada hubiera ocurrido y seguir hacia delante. Su hija, por su parte, desea tener presente a su padre y hablar de él como si siguiera estando ahí con ellas. Y esta diferencia hace que todo salte. Que la relación roce y se arriesgue a romperse.

 De fondo, un drama social que habla de la presión del alquiler en una ciudad como Barcelona. De lo complejo de encontrar una casa siendo una mujer emigrante con una sola nomina. De tener que abandonar tus sueños porque no te queda otra. Mientras una madre y una hija no se entienden pero se quieren y buscan un futuro juntas.

 La película es luminosa. Te rompe y te abraza. Te hace restregarte los ojos al no creer una interpretación como la de Elvira Lara, que se estrena en su primer largo y que apunta al mismísimo estrellato. Con estas cosas hay que tener calma, pero joder, qué salvajada de trabajo. No tiene explicación.

 Los Tortuga se acaba y tú te quedas clavado en el asiento. Como esperando algo. En realidad solo estás asimilando el golpe (que no es negativo, simplemente es). Y tras un rato ya te levantas para tratar de volver a lo de antes, al calor (quizá frío ya), a la música, al trabajo. Pero ahora todo tiene un matiz distinto, como otro sabor. Porque esta peli se queda en la retina por muchas, muchas horas. Por días. Quizá, incluso, para siempre.

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