CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA: Es el ritual de lo habitual. La repetida puesta en escena de los mismos argumentos durante décadas. Sí, el rock como quien se da un garbeo por el museo. Las rentas eternas. Y sin embargo, funciona. No en todo momento, pero funciona. A mí me vale. Es un estímulo – respuesta de lo más primario. ¿Dejas de sentir calambrazo en los dedos por muchas veces que los metas en un enchufe? Son siete las veces que he visto a Pixies, desde aquella lejana noche del Arena Auditorium valenciano en septiembre de 1990 (ya habían estado un año antes en Garage). Nunca me han aburrido. Siempre me han hecho hervir la sangre. Incluso cuando mis expectativas eran igual a cero y ellos solventaban el trámite como una faena de aliño. El del otro día en Noches del Botánico (exquisita programación, por cierto, y con una ejemplar consideración hacia su público, nada que ver con nuestra Feria de Julio de este año ni con algunas promotoras valencianas que tratan al respetable como si fueran reses, tanto en festivales como en eventos puntuales) no fue, ni mucho menos, el mejor bolo que les he visto, pero hay que reconocer que su segundo tramo fue de traca, con protagonismo incluido para canciones que no son de las más habituales en sus directos.
Había escuchado un par de noches antes por Radio 3 el inicio de su concierto en el Low de Benidorm y no me había gustado mucho, aunque no sea – obviamente – lo mismo que escucharlos in situ: una “Gouge Away” al ralentí, contra natura, como para ir calentando, consumida como bala de fogueo, y una “Wave Of Mutilation” desbravada. La desidia de quien es consciente de brindar un repertorio tan sobresaliente que apenas necesita esfuerzo. Lo mismo ocurrió en Madrid. Y “The Vegas Suite” y “Chicken”, avances de su próximo álbum, que sonaron justo en el ecuador de su concierto, dieron motivos para volver a visitar la barra o aliviar la vejiga. Pero a partir de la siguiente, “All Over The World” (la número 16 de las 33 canciones de su setlist), todo fue hacia arriba. Y sin frenos.
Cayeron “Crackity Jones”, “Isla de Encanta”, “Planet of Sound”, “Alec Eiffel”, “Dig For Fire”, “Bone Machine”, “In Heaven” (con la nueva, enésima bajista, Emma Richardson, cantándola muy bien), “Where Is My Mind?”, su versión del “Winterlong” de Neil Young que es casi como una canción propia y el bis con “Debaser”. Entre otras. Escribí en mis redes sociales que ni siquiera colocando a cuatro chimpancés en su lugar lograrían arruinar tal argumentario. Que acertarían incluso sometiendo su setlist al capricho del azar, como Elvis Costello con aquel espectáculo de la ruleta. Seguro que exagero, pero sigo sin conocer ninguna otra banda que logre concitar ese volcánico arrojo en gran parte de su audiencia, ese telúrico magnetismo del que me declaro partícipe y que nunca me abandona, ni a mí ni a la gran mayoría de quienes alguna vez cayeron bajo el conjuro de su simpar fórmula, y que va ganando para su causa algunos parroquianos mucho más jóvenes, de menos de treinta años incluso. Cómo alegra eso. Lo digo siempre: de entre los muchos planes de jubilación que tantos músicos veteranos se auto proveen gracias a los méritos contraídos hace décadas, este es el que menos me incomoda. El que más satisfacción me genera. Aún.