JAVIER BERGANZA. Que la derecha española huele a naftalina no es noticia. Que miles de personas agiten sus banderas y aporreen el claxon mientras gritan proclamas contra el gobierno, lamentablemente, tampoco lo es ya. Nadie se sorprende al ver aguiluchos sobrevolar las calles de España. Ni al ver farolas siendo golpeadas por cucharas de plata. Abrigos de bisonte, coches más caros que muchos de los pisos en los que la gente ha pasado el confinamiento. Gritos por la libertad; exigen que se acabe la dictadura; ondean su bandera; dicen que España son ellos y que defienden a su país. ¿Ante qué lo defienden exactamente? ¿Ante un gobierno elegido en las urnas? ¿Ante unas personas que piden votar? O ¿Ante un grupo terrorista que lleva años disuelto? ¿Cuál es la amenaza? ¿Qué les quita el sueño? ¿De verdad creen en su propio discurso, o es simplemente ruido vacío? Llevan años usando la palabra “comunista” como un insulto. Y encima ahora la utilizan mientras señalan al gobierno, demostrando una falta de conocimiento que roza el absurdo. “Cuidado con ellos, vendrán y os quitarán el yate y el Mercedes que tanto os costó ganar con el sudor de la frente de vuestros esclavos.”.“Que nadie hable mal del Rey, que es campechano, y al igual que nosotros defiende a su país con la bandera en la espalda, mientras esconde el dinero bajo telas de otros colores.” ¿De qué tenéis miedo? ¿De verdad os enfada un país justo? ¿Teméis que España cuide de los más necesitados? ¿Por qué soltabais espuma por la boca el 8 de Marzo y ahora decidís hacer lo mismo? La pandemia es solo una excusa. El problema ya existía antes y, por desgracia, seguirá existiendo cuando todo esto pase. He de pedir disculpas por el comienzo de este artículo. No es cosa de “derecha” o “izquierda”. No es cuestión de bandos horizontales. El problema es vertical. Son los de arriba los que huelen a naftalina y a águila. Son los de arriba los que escupen el discurso. Los que señalan. Y los de abajo, algunos (y parece que cada vez más) al menos, somos los que escuchamos y miramos. Muchos lo descartan y no se lo creen, entienden cómo funcionan las cosas, cuál es el problema real. Otros, por desgracia, creen en lo que se les dice y encuentran la solución fácil. El problema no es que los ricos saquen a pasear sus coches y golpeen esas carísimas cacerolas que jamás han utilizado mientras dicen, a viva voz, que el gobierno les quiere hundir. El problema es que en los barrios pobres se utilice la identidad de país como arma de adoctrinamiento. Que se señale al diferente (que en realidad es pobre, como tú) y se le acuse de ser el culpable. Que cale el mensaje de que un gobierno que aprueba una renta mínima quiere romper España. Que la unidad sea plato principal y los problemas de verdad ni aparezca en el menú. Discurso de odio y de separación, impuesto y expuesto por los de arriba. Los de siempre. Los que no quieren que se hable del pasado, no sea que alguien se acuerde de lo que pasó. El olvido como arma. “Muerte a la inteligencia”, decían algunos. Muerte al recuerdo. Que no se nos olvide de dónde viene y qué representa esa tela que tanto les gusta pasear y “defender”. Pero, sobre todo, no perdamos de vista en qué se puede convertir si no hacemos las cosas bien. “Cayetanos del mundo, uníos. No temáis pues lo único que podéis perder son vuestros fachalecos.” Mientras tanto, el resto defenderemos a España de vosotros. El verdadero peligro. El verdadero virus.