La realidad es fuente inagotable de inspiración para la ficción”. Un titular o una investigación son, a menudo, el germen de una historia. El cine norteamericano y el francés se han adentrado en distintas épocas en plantear historias que sacan a la luz la corrupción policial o de los servicios secretos. Cabe mencionar al magnífico Alan J. Pakula, autor de clásicos como El informe pelícano, Todos los hombres del presidente o La sombra del diablo. En España era un tema muy poco tratado. Por fin, una película española producida aborda con valentía el papel de estos aparatos parapoliciales encargados del espionaje de políticos, jueces y personas anónimas. Y lo hace agarrándose a los códigos del género para ir desgranando mediante pinceladas y bits informativos el papel que están jugando en la España este tipo de organizaciones. Juan (Luis Tosar) trabaja para los servicios secretos; con el fin de tener acceso al chalet de una pareja implicada en el tráfico de armas se acerca a Wendy, la asistenta filipina que vive en la casa y establece con ella una relación que se irá volviendo cada vez más compleja.
Y a partir de aquí se va tejiendo una madeja que llega hasta las más altas instancias del CNI. Jorge Coira ha planteado una dirección poco efectista. No tiene grandes persecuciones o tiroteos, pero va hilando una trama que, con altibajos, consigue mantenernos la atención y sobretodo, las coordenadas del género pegadas a la realidad. Gran parte del correcto resultado es la interpretación, siempre creíble y verosímil de Luis Tosar, acompañado por Alexandra Masangkay y unos secundarios de lujo como Arón Piper, Miguel Rellán o María Botto. El resultado es una película que logra entretener y que contiene un mensaje para que, de una vez por todas, surja a la luz lo que brota en esas sucias y corruptas alcantarillas.Esperemos que no sea la última.