La historia de Bosco podría ser la de cualquier joven del barrio de Salamanca de Madrid, rico, apuesto y de familia bien. Lo que le ocurre a partir de que su padre, ministro del gobierno, es acusado de corrupción y blanqueo de capitales, lo leeríamos hoy en día en cualquier periódico. Cuando su padre entra en prisión, su mansión con piscina climatizada se queda literalmente vacía, así como su cuenta corriente. La acomodada vida de Bosco se desmorona y tiene que salir de su zona de confort.
Lejos de aceptar su situación, se lanza a la calle y ante una cámara y sin tapujos graba un “docureality” y, con falso optimismo, muestra al espectador su nuevo día a día. Pero esta no es solo la caricatura de un pijo español, sino la de nuestra sociedad al completo. Su orgullo es tal que nunca reconocerá haber perdido, haber jugado al doble o nada y por consiguiente haber perdido su “estado del bienestar”. ¿Él también ha vivido por encima de sus posibilidades?
Durante la primera parte del metraje, la cámara selfie sigue continuamente a nuestro hedonista protagonista –Santiago Alverú no es actor profesional y desprende una naturalidad apabullante-, mientras en el fondo vemos el resto de capas de la sociedad, desde el pueblo llano a pie de calle hasta colarnos en los mítines (reales) de Podemos o del PP. Real como la vida misma, más bien parece una película de guerrilla que un largometraje al uso, pues Víctor García León hace uso de su pericia para hacer esta película bajo mínimos jugando con la improvisación. Precisamente en ese resultado fresco y realista lo que la hace tan divertida, que llegó a recibir dos premios en el Festival de Málaga y alzarse con la Tesela de Oro en el pasado Festival de Alicante.
Empieza rompedora, con mucha fuerza, humor muy mordaz y ridiculizando al personaje, aunque poco a poco decae y termina en los caminos convencionales, perdiendo esa frescura chispeante que la hace destacar.
Sin embargo, nos encanta ver como el pijo de derechas se mancha de barro y le toca codearse con los pobres, y pasar de las fiestas privadas con cava a beber latas de cervezas en un pequeño piso de Lavapiés; pero cuidado, que en Selfie hay hostias para todos.